2014/09/30

Del Estatut a la independència

Hace ya muchos años, el 15 de enero de 1976, recién muerto y sepultado el dictador Franco, un festival musical de Lluís Llach en el Palacio de los Deportes de Montjuic (Barcelona) aglutinó el hambre de democracia de muchos catalanes bajo el grito unánime de Llibertat, amnistía, estatut d'autonomía. Da la impresión de que, desde la lejanía en la que escribo, las cosas han cambiado bastante en ese país. Superados la amnistía y los brotes de lucha armada en el Principat, por parte de Terra Lliure, vaciado el Estatut de contenido mediante sentencia del Tribunal Constitucional español en 2010, de esa terna de reivindicaciones populares tan solo se mantiene en pie la principal: la Llibertat que se entonaba con rabia aquellas noches de enero. 


En aquel lejano 1976 la consigna se refería a la libertad personal, a la democracia plena, tras 40 años de dictadura, angustia y persecución. En este momento, entiendo, la llamada a la Llibertat va intrínsecamente unida a la reivindicación de soberanía para Catalunya, una soberanía que muchos catalanes empiezan a equiparar a la independencia plena del Reino de España.

La evolución registrada en la situación política del Principat responde en buena medida a la incapacidad de Madrid (leáse España) de comprender a Catalunya. Hace unos pocos años las fuerzas independentistas eran una minoría en el país. Apenas si se dejaban oír con motivo de la Diada o las intervenciones de Lluís Maria Xirinacs. Luego, poco a poco, y en buena parte por culpa de las CUP, la voz independentista ha crecido, y partidos situacionistas como ERC y CDC se han visto obligados a enarbolar una bandera que que no era, en verdad, la suya. Incluso fuerzas más tibias respecto al hecho nacional catalán, como ICV y el PSC, se han visto arrastradas por la ola soberanista que todo lo invade.

El ejemplo catalán es una buena muestra de que en política nada es para siempre. Que el estado de cosas que parecía inamovible, férreamente dirigido por Jordi Pujol Soley desde el Palacio de la Generalitat hasta 2003, ha quedado arrumbado por una mayoría social harta de que Madrid les maltrate. El autonomismo, el pactismo, el seny, de alguna manera el cambalache, de aquellos años, que describía la circunstancia catalana con la fórmula Estatut+Pacto con Madrid, ya no sirve. Está caducada.

Pese a lo que digan y dictaminen el Consejo de Estado, el Consejo de Ministros y el Tribunal Constitucional -acelerados por los acontecimientos- Catalunya va a ser libre más temprano que tarde. No hay vuelta atrás. Nerviosos, apocados por la posibilidad de perder otro territorio (el último fue el Sahara Occidental en 1975), los responsables hispanos se agarran al cumplimiento de la ley (de su ley) para intentar taponar la hemorragia. Allá ellos.

Si en la Moncloa residiese un verdadero hombre de Estado, hace tiempo que hubiese ofrecido al pueblo catalán la soberanía en todas las materias, salvo las aduanas, el ejército y la corona. Presumo que ya es demasiado tarde para regatear otra ecuación que no sea la plena libertad nacional para Catalunya. Ara és hora, segadors!

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