La permanente pandemia en que vivimos desde que arrancó el año está consiguiendo matar a cientos de miles de personas en todo el planeta, arruinar la vida de millones de personas, trastocar las costumbres sociales y lo que es peor, convertirnos en seres humanos obedientes en un grado superior al razonable.
Las autoridades que toman las decisiones sobre nuestras vidas están continuamente ofreciendo datos, haciendo análisis de la situación, errando en sus pronósticos y contemplando una batería de medidas restrictivas de las cuales desconocemos su verdadera eficiencia a la hora de atajar la propagación del virus.
No se trata de negar la existencia del covid-19, como algunos hacen, ni de creer que la tierra es plana, pero que tampoco nos hagan tragar con el misterio de la Santísima Trinidad, porque lo del Espíritu Santo en forma de paloma no cuela. Los portavoces de las distintas administraciones, y no voy a dar nombres, se empeñan en quitar hierro al asunto e insisten en que la curva se está aplanando y que se observan signos de estabilización. Al día siguiente el presidente del Gobierno español anuncia un nuevo Estado de Alarma, en este caso en forma de Toque de Queda, lo que nos trae a la memoria tantos y tantos pronunciamientos militares de otras épocas, todos ellos cruentos.