Durante las últimas semanas ha estado danzando en el alambre de la actualidad una serie de nombres que no conviene pasar por alto. Empezamos el repaso.
Isabel Díaz Ayuso. La flamante presidenta de la Comunidad de Madrid, una autonomía uniprovincial creada ex novo entre las dos Castillas pero fuera de ellas, ha logrado, amén de arrasar en las elecciones y ayudar a la jubilación anticipada de Iglesias, poner en el diapasón el nacionalismo madrileño. Se trata de una evolución del nacionalismo español, adecuándolo a las condiciones objetivas del terreno a trabajar. Hay un estilo de vida a la madrileña, una mezcla entre la derecha chulapona y el mucho viajar cosmopolita, que seduce a la mayoría de la población del territorio central. Ayuso ha construido la cuadratura del círculo, un movimiento centrífugo que se aleja del Madrid que percibimos desde Euskal Herria y Catalunya, ese Madrid de la Administración y los funcionarios, sustituyéndolo por el Madriz de las terrazas y las cañas, el Madriz de San Isidro y la Plaza Mayor, el Madriz de la Libertad. Construir un nuevo nacionalismo periférico desde el kilómetro cero de la Puerta del Sol tiene mucho mérito. Entretanto la izquierda, o eso a lo que llamamos izquierda, sigue entretenida con la ley trans y las visitas a la peluquería.