Iñigo Urkullu y Artur Mas |
El escenario general está presidido por la crisis económica, que supera ya los cuatro años y a la que no se ve una salida inminente. Al contrario, todo parece indicar que 2013 va a ser un año amortizado de antemano, inexistente a efectos de recuperación. Los pronósticos hablan de que tal vez en 2014 se empiece a ver algo de luz al final del túnel, pero sin alharacas.
En ese contexto general repleto de ramificaciones se incrusta la crisis de Estado subyacente. Y hablo de ramificaciones porque el shock traumático originado por la primigenia crisis financiera, se ha ido extendiendo como la peste hasta afectar a prácticamente todos los sectores económicos. Pero no solo eso, sino que ha puesto en cuestión el sistema de pensiones, la sanidad pública, la educación, la atención a las personas dependientes, etcétera. Otra ramificación se ha concretado en la epidemia de desahucios derivada del aumento exponencial del desempleo. Y con ella el incremento del malestar social y de las protestas.
Pero la crisis ha puesto también en entredicho, vía financiación, el modelo constitucional denominado como estado de las autonomías. Quienes lo han estado defendiendo objetan ahora que el café para todos se ha convertido en recortes para casi todos. La multiplicación por 17 de las estructuras estatales se ve hoy como un despilfarro, aunque el miedo a pasar a un modelo federal o confederal paraliza cualquier atisbo de movimiento en este terreno. La Constitución, dicen muchos, no se toca.
Otro ingrediente del clima general en el Estado es el estallido permanente de casos de corrupción política y empresarial, en el que se ha visto afectada la propia Casa Real de los borbones. Un clima de corrupción generalizado que el Estado se ve impedido para atajar. No hay mejor señal para describir la situación que el hasta hace poco presidente de la CEOE se encuentre encarcelado en Soto del Real.
Otra importante derivada de la crisis general es la que afecta a la relación entre el Estado y el Principat de Catalunya. Una relación prácticamente rota a partir de la gigantesca manifestación llevada a cabo en Barcelona el pasado 11 de septiembre. Los antiguos socios de Madrid, ahora liderados por Artur Mas, insisten en proseguir en la senda soberanista de la mano de Esquerra y con la colaboración implícita de ICV y CUP y la abstención proactiva del PSC.
El desarrollo acelerado del proceso catalán ha hecho saltar las alarmas en el seno del aparato del Estado, que centrado en las última décadas en el desafío vasco, se ha visto sorprendido por el cambio de paradigma vivido por CiU, que ha pasado de aliado a enemigo en pocas semanas.
En este panorama general de manifiesta crisis de Estado deben inscribirse las estrategias que se están llevando a cabo en Euskal Herria. El cese de la actividad armada por parte de ETA ha propiciado un nuevo clima político, aún incipiente, que permite pactos presupuestarios entre Bildu y PSE, hace muy poco impensables.
Pero también ha propiciado que el asunto vasco desaparezca del ranking de preocupaciones principales en el Estado, bien sea en forma de terrorismo o de secesionismo. Para bien o para mal, Euskal Herria ha dejado de protagonizar telediarios y primeras de diarios y ha pasado a un tercer plano. El propio desarrollo de las últimas elecciones y la proclamación de Iñigo Urkullu como lehendakari han recibido un trato de normalidad, parejo al de cualquier otro asunto de puro trámite informativo.
La táctica amable de la izquierda soberanista, insistiendo en el diálogo y el acuerdo y dejando a un lado cualquier motivo de crispación, ha contribuido a la configuración de un escenario más normalizado, a veces demasiado normalizado si tenemos en cuenta que buena parte de los contenidos de la Conferencia de Aiete siguen sin ser implementados por culpa de la cerrazón de Madrid.La solución al asunto presos sigue enquistada.
La paradoja con la que nos encontramos en este final de 2012 reside en que tras más de cuarenta años ocupando titulares, el tema vasco ya no vende como antes. Ha desaparecido de las primeras páginas. Una constatación en parte positiva, porque significa que hay menos tensión, pero a la vez negativa, porque el traslado a las páginas pares de las informaciones correspondientes a Euskal Herria nos elimina de la agenda principal.
La llegada de Iñigo Urkullu, con su proverbial gesto tranquilo, va a contribuir enormemente a profundizar el diagnóstico, ayudado por las distintas estrategias de la oposición, ninguna de ellas sobreactuada. La pregunta que cabe hacerse ante este panorama de perfil bajo es si no sería este el momento de aprovechar la grave crisis general que atraviesa el Estado español, para hacer leña del árbol caído y avanzar en el proceso soberanista. Lo que vaya ocurriendo en Catalunya va a marcar en buena medida el camino, especialmente al PNV, pero puede que dentro de unos años nos tengamos que arrepentir de no secundar el desafío soberanista catalán con un planteamiento complementario desde aquí.