Cada día que pasa desde el momento en que se desató en Wuhan el covid-19, hace ya más de un año, estoy más convencido de que las autoridades competentes, incluida la OMS, no nos dicen toda la verdad acerca de la pandemia. Es evidente que nos cuentan cosas reales, pero también lo es que no aportan a la opinión pública el cien por cien de las circunstancias que acaecen en esta crisis. Las razones pueden ser varias, pero uno de ellas, seguramente la principal, es que si contaran toda la verdad la mayoría del personal saldría corriendo.
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Las personas mejor informadas sobre el covid-19 deben saber que se trata de un virus que ha venido para quedarse, que no actúa por olas, sino que lo hace en un ataque continuo, con ciertos altibajos, pero sin dar respiro a hospitales y personal sanitario. Un virus que pone en jaque el sistema de sanidad público de los países en los que funciona y directamente a la población donde la sanidad está privatizada. Un virus que ha logrado condicionar la vida cotidiana de miles de millones de personas durante meses y meses, y todo hace pensar que lo seguirá haciendo a corto plazo.