Mario Iceta y Ricardo Blázquez. Foto: www.agenciasic.es
Siempre me ha parecido desmesurado el eco que obtienen las noticias relacionadas con los cambios de personal en la jerarquía de la Iglesia Católica en Euskal Herria. Los finos análisis sobre relaciones de fuerzas entre diversos sectores son, de todos modos, desternillantes y a veces merece la pena detenerse en ellos unos instantes.
Titulares como "Roma toma el control de la iglesia vasca" me resultan, no obstante, sorprendentes. Cabe pensar que hasta el nombramiento de Mario Iceta como obispo titular de la diócesis de Bilbao, el control de esa llamada iglesia vasca radicaba en otra capital europea, tal vez Londres o París. Estimo humildemente que no, que el autor debía haber utilizado el término Vaticano en vez de Roma, por supuesto, pero seguiría estando equivocando a los lectores.
La llamada iglesia vasca nunca ha existido como tal, si es que queremos ponerla a la altura de la iglesia rumana o la portuguesa. Lo que han existido son miembros vascos de la Iglesia Católica que, dentro de esa institución, han defendido la constitución de una diócesis para Euskal Herria o han mantenido posiciones en defensa de la personaliddad del pueblo vasco y de su lengua. Pero creo que el control de todos esos fenómenos nunca ha escapado del todo al Vaticano de Roma, lugar en el que por cierto también ha habido históricamente una presencia significativa de religiosos vascos.
Es verdad que no es lo mismo que el obispo de la diócesis de Donostia sea José María Setién o sea José Ignacio Munilla, pero la diferencia la sentirán sus propios feligreses, porque yo, como persona ajena a esa institución religiosa privada, no he notado cambio alguno. Entiendo la preocupación que muestran algunas lecturas políticas de esos acontecimientos, pero la Iglesia Católica en Euskal Herria ha estado gobernada durante décadas por obispos bastante más reaccionarios que Munilla e Iceta, y no creo que sea cuestión de ir por ahí dando nombres, todos sabemos a quienes me refiero. La imagen de una supuesta iglesia vasca progresista, abertzale y antifranquista es eso, una construcción basada en algunos hechos muy importantes, pero protagonizados por una minoría de sacerdotes, de algunos de los cuales me siento muy cercano. La realidad, por duro que sea reconocerlo, es que la mayoría de esa iglesia fue tan franquista como la de otros lugares del Estado español. En mi pueblo la corporación franquista entraba en la parroquia bajo palio, igualito que en Carrión de los Condes, por poner un ejemplo.
Es evidente que en agosto escasean las noticias y a falta de otras cuestiones de más enjundia, viene bien especular sobre las consecuencias de la llegada de Iceta a Bilbao. Que encima no es tal, porque ya estaba de obispo auxiliar hace tiempo. Más allá de eso, considero que las informaciones sobre esos cambios atañen a los miembros de esa institución, que deberán valorarlos en su medida. A quienes no pisamos un templo, salvo en algún funeral, ni nos va ni nos viene nada en ese mercadeo de cargos y prebendas entre los jerifaltes católicos.