Hace unos días recibí en la oficina la visita inesperada de un viejo compañero de trabajo que se ha pasado los últimos 24 años de su vida entre rejas, lejos de su país. Lo vi sereno, entero, con un espíritu joven pese a todo. Tomando un café con él y otros amigos, me atreví a preguntarle por cómo veía el país un cuarto de siglo después de haber sido apresado y llevado a cárceles lejanas. Más prudente de lo que acostumbraba a ser cuando los dos trabajábamos en Hernani, me reconoció que Euskal Herria estaba distinta, cambiada. No supo aclararme si para bien o para mal, pero yo le leí entre líneas una cierta decepción.
Le detuvieron en 1996 y ha salido hace una semanas. En este largo periodo de tiempo ha cambiado todo y no ha cambiado nada, según cómo se mire. Está claro que las calles están más tranquilas, que no hay atentados, que la crispación social ha disminuido, que el clima político es más relajado, pero también es cierto que, pese a lo que digan algunos illuminati, no estamos más cerca del ejercicio del derecho de autodeterminación, al contrario, estamos más lejos. Del socialismo, ni hablamos.