Septiembre arranca sin demasiada chispa, resulta obligado reconocerlo. El cafarnaún institucional ensombrece cada vez más la pulsión popular que otrora dominara el panorama euskalherriaco. No es un buen síntoma, pero el primer paso para sanar al enfermo es evaluar si tiene fiebre. Luego llegarán las aspirinas o el bisturí, según de que se trate la anomalía.
Durante décadas el proceso vasco, o como se le quiera denominar, ha evitado reflejarse en otros mundos, en otros meridianos. La combustión interna era suficientemente activa como para perder el tiempo observando lo que ocurría en otros lugares del planeta. Es verdad que siempre ha habido un pequeño núcleo de ilustrados que se entretenían en analizar la situación kurda, el conflicto en Chechenia o las vicisitudes que se vivían en el Reino de Bélgica entre flamencos y valones. Pero la mayoría popular tenía bastante con seguir los acontecimientos propios.
Hoy es el día en el que las variables se han invertido, y el amplio espectro soberanista se fija más en lo que ocurre allende nuestras mugas, como en Escocia o en Catalunya, que en lo que sucede en el propio país. Y además esa observación, siempre necesaria, se va convirtiendo en una larga vigilia, a la espera de acontecimientos. Tal vez con la intención de que esos acontecimientos ajenos tengan algún grado de influencia en el propio devenir nacional, y en su caso, potencien las expectativas locales de transformar la actual situación.
En cierto sentido resulta lógico que tras décadas de alta tensión el cuerpo pida un tiempo de reposo para recobrar fuerzas y reiniciar posteriormente sesión. Pero convertir la espera en actitud general puede conllevar, con el paso de los meses, la inacción. Sobre todo si los acontecimientos foráneos no cumplen las expectativas tan deseadas, como la victoria del Yes en Escocia o la celebración de la consulta en el Principat catalán.
Miedo me da cuando veo a muchos rostros sonrientes explicando la ilusión que les produce participar en una cadena humana o en una manifestación soberanista. Las emociones están bien, son necesarias y legítimas, pero la acción política eficiente no puede basarse simplemente en la implementación de emociones. El camino hacia la soberanía requiere muchos más sumandos que una puntual llamarada de ilusión. Uno de ellos es determinar una estrategia factible para construir una mayoría ciudadana favorable a ese proceso, tanto en el ámbito político, como sindical y, sobre todo, social.
Es evidente que una victoria del soberanismo escocés o catalán reforzaría las aspiraciones soberanistas vascas. Pero para reforzar algo se necesita previamente una sólida base que alimente esa aspiración libertaria. Una base que se encuentre también preparada para asimilar posibles derrotas en las batallas que se van a dar estos meses en campos ajenos, sí, pero a la vez muy cercanos.
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