2020/12/31

El año de la peste

Se nos va por el desagüe este año 2020 de los demonios, este nuevo año de la peste. El año en sí no tiene culpa de nada, por supuesto, pero como licencia literaria cargamos en su espalda las penas que nos ha amargado durante estos doce meses de pandemia, confinamiento y otras miserias humanas. Para mí, en lo personal, 2019 fue aún peor, así que me entran ganas de perdonarle la vida al 2020. Sin embargo, hay que señalar que el sentimiento generalizado de las gentes es que el año ha sido un desastre, especialmente por la explosión de la covid-19, los cientos de miles de muertos, la angustia generalizada, el miedo, en fin, lo que todos hemos vivido en directo.

La Ertzaintza escolta un cargamento de vacunas. Foto: eitb.eus

Como no somos microbiólogos, ni médicos, ni nada parecido, dejaremos en manos de los profesionales las cuestiones relativas a la enfermedad. No obstante, me gustaría hacer algunos apuntes sobre cuestiones derivadas de la propia pandemia. 

Por un lado hay que decir que todos nosotros somos al final de año personas más obedientes de lo que éramos al inicio del mismo. Las medidas restrictivas de nuestros movimientos han causado una erosión profunda en nuestro sistema de libertades, ya de por sí imperfecto. El dilema entre salud y libertad no ha sido correctamente resuelto por las autoridades competentes, lo que se ha traducido en la adopción de medidas que, lejos de concebirse por su eficiencia en el atajo de los contagios, han supuesto poner en entredicho libertades básicas del individuo. Ahora podemos decir claramente que el confinamiento indiscriminado de marzo fue un error, que debía haber sido mucho más discriminado, por ejemplo dejando abiertas las aulas de escuelas e institutos. Hemos comprobado que no son un foco de contagio peligroso.

Incluso habría que cuestionarse si la obligatoriedad de usar la mascarilla en espacios abiertos, por ejemplo en zonas rurales, es un acierto o no. No se han sabido centrar las restricciones en lugares cerrados, sin ventilación, que se han convertido en los mayores focos de contagio de la covid-19.

Todo el mundo coincide en que la obligación de llevar la mascarilla durante horas y horas, por ejemplo en el trabajo, produce en quien la porta una serie de sensaciones e incomodidades que sería necesario valorar más detenidamente. Es relativamente fácil promulgar un decreto con medidas restrictivas, pero antes convendría tener en cuenta las repercusiones de esas medidas entre la población. No todo vale en la carrera por atajar los contagios.

Otra conclusión en la que podemos estar muchos de acuerdo es que las residencias para personas mayores necesitan una reforma integral de su estatus. No se trata de hoteles para la tercera edad, sino que deberían formar parte de la red de salud pública de nuestro país. Tendrían que estar dotadas de las herramientas médicas y del personal necesario para atender como es debido a los residentes. La mortalidad que han sufrido por el covid-19 debería ser un aldabonazo para que de una vez por todas se traspasen todas ellas a la red pública y se las dote de los medios adecuados. Una sociedad que no cuida a sus mayores es una sociedad indecente.

Termino con otros dos apuntes. La campaña de propaganda de las autoridades, vascas y estatales, en relación al comienzo de la vacunación, ha sido auténticamente pornográfica. No quedaba más remedio que cambiar de canal o apagar la radio ante tal grado de manipulación. Ver a mujeres de más de noventa años vacunándose, siendo utilizadas para intentar convencer a la gente de que se vacune me parece inmoral. Los medios han incurrido, en líneas generales, en una total falta de respeto hacia esas personas. Y no digamos las imágenes de furgonetas con la citada vacuna escoltadas por coches de la Ertzaintza con las luces encendidas. ¿A qué responde semejante despliegue? ¿Quién iba a atacar a los vehículos de transporte de las vacunas? Ver a la consejera de Sanidad firmando el albarán de recibo de la famosa caja de vacunas tampoco es una imagen de la que deba sentirse muy orgullosa. El afán de protagonismo elevado al cubo. Y que conste que las vacunas no son gratis, que se pagan con el dinero de todos, no desde los bolsillos de Pedro Sánchez, Iñigo Urkullu y María Chivite.

Concluyo con un aviso para quien albergue dudas al respecto. Estoy a favor de la vacunación y cuando me toque me vacunaré. No nos van inyectar un chip para controlarnos con el 5G. La pandemia existe y ha matado a cientos de miles de personas en todo el planeta. El negacionismo rima con el fascismo y el nazismo. La Tierra no es plana. Los supuestos expertos que propagan dudas sobre las opiniones científicas respecto del covid-19, incluso en clave abertzale, no son sino alumnos aventajados de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Si no lo digo, reviento. ⧫

Urte berri on!

 


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