2021/01/31

Depresión covid

Cada día que pasa desde el momento en que se desató en Wuhan el covid-19, hace ya más de un año, estoy más convencido de que las autoridades competentes, incluida la OMS, no nos dicen toda la verdad acerca de la pandemia. Es evidente que nos cuentan cosas reales, pero también lo es que no aportan a la opinión pública el cien por cien de las circunstancias que acaecen en esta crisis. Las razones pueden ser varias, pero uno de ellas, seguramente la principal, es que si contaran toda la verdad la mayoría del personal saldría corriendo.

Foto: www.efe.com

Las personas mejor informadas sobre el covid-19 deben saber que se trata de un virus que ha venido para quedarse, que no actúa por olas, sino que lo hace en un ataque continuo, con ciertos altibajos, pero sin dar respiro a hospitales y personal sanitario. Un virus que pone en jaque el sistema de sanidad público de los países en los que funciona y directamente a la población donde la sanidad está privatizada. Un virus que ha logrado condicionar la vida cotidiana de miles de millones de personas durante meses y meses, y todo hace pensar que lo seguirá haciendo a corto plazo.

Transcurrido un año desde que estalló la epidemia en China, nadie nos ha aclarado cuál ha sido el origen real de la infección. Se han publicado múltiples especulaciones, muchas de ellas de índole conspiranoico, pero lo cierto es que seguimos sumidos en la incertidumbre sobre este punto crucial. Algunas personas expertas han afirmado que el origen es natural y que no procede de un escape en un laboratorio, pero tampoco esta descartada esta hipótesis al cien por cien. Sería de agradecer, que si alguien sabe algo a ciencia cierta, nos lo explique, para evitar que se sigan propalando rumores infundados.

Por otro lado, la crisis de la covid-19 ha dejado en evidencia la utilidad de la OMS, un organismo burocratizado, que sufre de gigantismo y de inoperancia. Les costó semanas reconocer lo que venía, han cambiado de criterios sobre la marcha y, en general, han sido incapaces de frenar el brote, de dilucidar su origen, y de aclarar un horizonte creíble para su sometimiento y control. En definitiva, la OMS ha mostrado todos los defectos posibles en una institución supranacional. 

Algo similar se puede decir de la Unión Europea, incapaz de aunar criterios para combatir la pandemia a nivel continental. delegando la responsabilidad en los estados miembros y dejando bastante que desear en la gestión de las vacunas, una tarea en la que debía de ser protagonista principal. Tampoco lo está haciendo bien en ese cometido. Si la Unión Europea no sirve ante una crisis global, ¿Para qué la queremos?

Podríamos seguir repasando la actuación de gobiernos centrales, autonómicos y locales durante la crisis, pero ya está todo dicho. En general han estado y están por debajo de las expectativas, sin criterios claros y surfeando según van saliendo los datos. Escuchar al portavoz de la comisión de alertas sanitarias es una manera de perder el tiempo como otra cualquiera, Nunca dice nada, siempre está endulzando la cruda realidad, en fin, un espectáculo deprimente.

Depresión

Y llegamos al punto clave de todo esto, y es que la población en general, unos más que otros como es lógico, está sufriendo una especie de depresión pandémica debido, sobre todo, a que no ve la luz que anuncie el final del túnel, ni siquiera tras comenzar el proceso de vacunación masiva. El uso continuado de la mascarilla, la imposibilidad de abrazar y saludar a familiares y amigas, el cierre de bares y restaurantes, la prohibición de viajar a otros territorios, incluso la de salir del municipio, está contribuyendo a extender el desánimo entre la población, 

La carrera de autoridades políticas y sanitarias para vacunarse antes de lo que el protocolo establece también está ayudando a extender una sensación de hastío, de hartazgo, de deseo de cambiar de etapa cuanto antes. La perspectiva generalizada de que la vacunación va mucho más lenta de lo esperable, tampoco ayuda a disipar dudas sobre todo el proceso.

Planes de vida tan importantes como celebrar una boda, cambiar de domicilio o de trabajo, han tenido que ser aparcados por culpa de la pandemia. Vacaciones, reuniones con personas a las que llevamos tiempo sin ver, excursiones, viajes, todo se ha ido al garete. Y no quiero entrar de lleno en el drama diario de las personas que han perdido a un ser querido, familiar o amigo, por el dichoso virus. Son miles los afectados, las víctimas y los entornos resquebrajados por el dolor. 

Tal vez si consideramos la historia de la humanidad en su conjunto, esta pandemia sea una mera anécdota, Pero a quienes nos ha tocado enfrentarnos a ella nos está suponiendo un desgaste emocional difícil de evaluar. Y el mayor desgaste lo van a sufrir los más jóvenes, a quienes el covid-19 les ha trastocado su modo de relacionarse y de socializarse en unas edades clave en su desarrollo personal. Se habla mucho de botellones, pero muy poco de esta otra parte del asunto. En resumen, saldremos de esta, seguro, pero saldremos tocados emocionalmente, sin duda, y a la espera de que venga la próxima pandemia, que vendrá. ⧫

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