En los últimos tiempos estamos asistiendo a un recrudecimiento de las actuaciones polémicas protagonizadas por la Ertzaintza, la policía autonómica que fue creada en su día para cuidar al pueblo: Erri-Zaintza. Sin embargo desde sus primeros pasos, los famosos “berrocis”, y la asesoría "técnica" de cuerpos policiales británicos e israelíes, la trayectoria del cuerpo ha estado cubierta de sombras.
Foto: Barakaldodigital |
Muertes como las de Juan Calvo, Iñigo Cabacas y Rosa Zarra, torturas y malos tratos denunciados, actuaciones "expeditivas" contra manifestaciones políticas y sindicales, gestos de prepotencia, desprecio al euskara por parte de innumerables agentes, etcétera. La imágenes registradas esta semana en Barakaldo contra una movilización obrera en la que un representante de CCOO, Javier Gómez, fue golpeado brutalmente, rompiéndole el tabique nasal, son una muestra más de lo que afirmamos. No se trata de hechos puntuales, sino de una práctica continuada en el tiempo y que no tiene visos de ser revertida por sus mandos, al contrario, es apoyada sin fisuras.
En esta ocasión el lehendakari Iñigo Urkullu ha dado el paso de pedir perdón por lo ocurrido, a la vez que ha limitado el incidente a un “episodio desgraciado”, centrando la responsabilidad en un solo agente. La Ertzaintza dice haber abierto una investigación sobre lo ocurrido.
Conviene realizar dos precisiones al respecto. La primera es que cuando se han dado situaciones similares, pero las víctimas de la actuación policial pertenecían a otras siglas, en general a la izquierda abertzale, las peticiones de perdón no se han dado en ningún caso por parte del lehendakari o de su consejero de Seguridad. La segunda es que no se puede reducir el hecho a la intervención desafortunada de un agente. Fueron varios los agentes que se destacaron en su actuación desproporcionada contra los trabajadores y quienes recibieron sus golpes no fueron una sola persona sino varias, como se puede apreciar por las imágenes difundidas por las redes sociales.
Lejos de situarse como una policía al servicio de la ciudadanía, sin discriminación por su carnet político, la Ertzaintza demuestra ser una policía de parte. El lector será incapaz de recordar una sola actuación en la que los agentes se hayan desenvuelto con energía contra empresarios, gentes de orden o incluso militantes de grupos de extrema derecha. Sin embargo recordará con facilidad imágenes en las que el cuerpo policial se ha despachado a gusto contra trabajadores, jóvenes o vecinos víctimas de un desahucio.
A lo largo de la historia la policía ha desempeñado un único papel, el de defender los intereses del fuerte, del poderoso, y en someter al débil. No hay excepciones al respecto. Incluso en los países del llamado socialismo real la policía, lejos de ponerse al servicio del pueblo, se dedicaba a controlarlo para evitar disidencias. Existen personas de buena voluntad que defienden la posibilidad de caminar hacia un modelo alternativo de policía, un modelo policial con agentes cercanos al pueblo, desarmados, defensores de los derechos de la ciudadanía. Es una pretensión loable, pero rayana en la utopía. Ese modelo alternativo es tan irrealizable como pretender que exista un ejército sin autoritarismo, sin clasismo y sin machismo. ⧫
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