Dos situaciones paralelas en el tiempo me han llevado a escribir este apunte. Por un lado las interminables negociaciones en Catalunya y Bélgica para intentar conformar un Govern que deje a un lado la vigencia del artículo 155. Por otra el anuncio de que las ciudadanas de la CAPV podrán enviar sus reflexiones a la ponencia parlamentaria sobre el nuevo estatus.
Nada tienen que ver las dos cuestiones, pero detrás de ambas subyace un grave problema que aqueja a la inmensa mayoría de los sistemas autodenominados democráticos, las democracias formales occidentales. El problema es la falta de participación política de la ciudadanía más allá de emitir el voto (o abstenerse) cuando se convocan elecciones de diverso calado.
Las catalanas votaron el pasado 21 de diciembre y todo el mundo entendió que su voto respaldaba la conformación de un nuevo gobierno soberanista. Un Govern de nuevo cuño en base a los resultados electorales o un Govern restituido en la figura de Puigdemont, en base a la legitimidad de los anteriores comicios, que fue descabalgado por M. Rajoy en aplicación del artículo antes mencionado. Cuando escribo estos apuntes sigue sin saberse el estado real de la cuestión más de dos meses después. Y ese es el problema.
Yo no voté en esas elecciones de diciembre, pero si lo hubiese hecho estaría profundamente indignado. Por la flagrante inoperancia de los políticos, estén en la calle, en la cárcel o en el exilio, y por la escasa transparencia de las negociaciones.
No puede ser que los políticos pidan el apoyo del pueblo para luego gestionar los votos de ese modo. Nos encontramos ante un claro ejemplo de la vieja política, que no solo afecta a las fuerzas soberanistas catalanas, sino que acompaña a la práctica totalidad de agentes políticos del Estado español. Lo que está ocurriendo en Podemos de Nafarroa es otra buena muestra de esa vieja política en la que los personalismos, las zancadillas y los desplantes sustituyen a la altura de miras y la transparencia. Los políticos se olvidan con demasiada facilidad de que lo importante es el bienestar de la gente, del común, y no sus intereses personales, a veces tan mezquinos.
En la época de las nuevas tecnologías y las redes sociales no tiene un pase que sigamos aguantando las reuniones del sanedrín de iluminados que deben decidir sobre el futuro de un pueblo. Es imprescindible sostener un profundo proceso de democratización, de apertura, de rendimiento de cuentas que deje atrás las malas prácticas de la vieja política. de una política dominada por élites sin verdadero control social.
Cuando la gente salió a la calle en torno al 15M con la consigna "No nos representan" diagnosticó con acierto la situación. El problema es que hasta los supuestos herederos políticos de ese movimiento popular de regeneración caen ahora en los mismos errores que se criticaban en calles y avenidas.
La política de liderazgo en base a apariciones en televisión y tuits no se sostiene. No podemos permitir que las nuevas tecnologías contribuyan a ahondar aún más la brecha existente entre las élites políticas y el común. Hay que conseguir, no sé de qué forma, que esas nuevas formas de intercomunicación sirvan para que la voz de la gente sea escuchada de forma directa, que influya en la toma de decisiones, y que el personal no se limite a meter una papeleta en una urna cada cuatro años.
Una democracia participativa es necesaria, pero no como simple recurso de marketing, sino como nueva forma de articular los procesos políticos. En el tiempo en el que se habla tanto del derecho a decidir es precisamente cuando menos decisiones corren a cargo de la ciudadanía, cuando la mayoría de la grandes cuestiones políticas se siguen decidiendo entre pequeños grupos de políticos que reúnen un inmenso poder.
La gente, el común, quiere decidir sobre el grado de soberanía del pueblo vasco, por supuesto, pero también sobre el sistema de pensiones, sobre la equiparación salarial entre mujeres y hombres o sobre la reforma del sistema educativo.
La democracia delegada que padecemos no puede ser un modelo de futuro. En este momento disponemos de las herramientas técnicas adecuadas para implementar, sin más excusas, una verdadera democracia directa en la que seamos las personas quienes dirijamos, o al menos influyamos de forma efectiva, en el rumbo que debe tomar el barco. ⧫
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