Se nos ha insistido desde diversas tribunas mediáticas y universitarias en la existencia de una realidad oculta en Catalunya, que se ha demostrado falsa tras los últimos comicios. La cosa iba de que existía una supuesta mayoría silenciosa que no iba a votar por desapego o desidia. Una mayoría integrada mayoritariamente por personas contrarias al proceso soberanista. Ha aumentado la participación hasta techos históricos, un 82% del censo, y esa supuesta masa de carácter unionista no ha asomado, y si lo ha hecho, ha sido en mucho menor porcentaje del que aseguraban quienes argumentaban la martingala.
La realidad es que a mayor participación ciudadana, todas las propuestas vienen a estar representadas entre los votantes que habitualmente no acuden a su colegio electoral. Con ello, la estrategia marcada desde Moncloa, basada en la aplicación del artículo 155 de la Constitución, la convocatoria inmediata de elecciones y la movilización intensa del sector de la población catalana contrario a la independencia, ha cosechado un rotundo fracaso. Esto no quiere decir que las cosas estén ahora más fáciles para el proyecto soberanista, al contrario, yo diría que están más complicadas que en octubre.
El forofismo político no conduce nunca a buen puerto y en este contencioso catalán hay forofismo por ambas partes. Se trata de apoyar al equipo del pueblo, animarle para que gane el partido, pero no a toda costa. No todo vale, hay que evitar trampas aunque sean dialécticas y conviene reconocer los defectos propios.
En primer lugar insistir en la restauración del Govern legítimo, descabezado por Madrid, es un error. No se puede restablecer un ejecutivo destituido en base a unas elecciones "ilegítimas", como han defendido las tres fuerzas soberanistas. Resulta una contradicción, no el objetivo, sino la herramienta.
Pero a ese asunto meramente táctico se le une la estancia del candidato a presidir el Govern en tierras belgas. Deberá volver a Barcelona si quiere encabezar el ejecutivo "real", no el del exilio, pero tiene el riesgo añadido de ser encarcelado. Políticamente puede dar buenos frutos esa estrategia, pero tal vez fuera más práctica una solución realista en base a los mimbres realmente existentes. Ahí lo dejo.
Otra cuestión, esta de mayor calado, es la del apoyo real a las tesis independentistas. Las fuerzas soberanistas se agarran a su mayoría absoluta de escaños (70 sobre 135) en el Parlament, pero en un proceso hacia la independencia lo que cuenta son los votos, no los escaños. Por lo tanto seguimos en un 47% de los mismos, con una participación del 82%. Un gran logro que ya me gustaría se diese en Euskal Herria. Pero ese porcentaje, guste o no guste, es insuficiente para llevar a adelante la secesión de modo unilateral. Se necesitaría, en el mejor de los casos, de un 50% más un voto, y si fuéramos serios con la trascendencia de la decisión a tomar, hablaríamos, al menos, de un 55%. En ese sentido, todos los llamamientos a hacer realidad el mandato del pueblo el 1O resultan equívocos, debido a la baja participación que se dio en aquella consulta, en la que básicamente tomaron parte los independentistas.
Como corolario de la anterior reflexión de desprende que el trabajo prioritario en este momento no es tanto implementar una nueva DUI sino ganar terreno entre la población, convenciéndola de los beneficios de la soberanía y agrandando el espectro de sus apoyos. El proyecto independentista ha crecido mucho en los últimos cinco años, pero aun le resta recorrido para ser indiscutible.
En efecto, hay cientos de miles de catalanes que se muestran contrarios a la independencia. Catalanes que, guste más o menos, tienen derecho a defender otros proyectos políticos y a los que no se les puede despachar de un plumazo llamándoles españolistas. La mejor demostración de esa realidad es que el partido más votado en estos comicios ha sido Ciutadans, una formación que surgió hace una década con el objetivo fundamental de combatir el nacionalismo catalán. Han logrado más de un millón de votos con un mensaje nítidamente anti-independencia. Hay que tener ese dato en cuenta.
Dos cosas más para terminar. El Partido Popular gobierna en Catalunya con 4 escaños en el Parlament. Este dato muestra la escasa cultura democrática existente en el Estado español. El sopapo que se han dado en las elecciones tendrá diferentes causas, pero es evidente que la política de mano dura y la negativa a ofrecer un proyecto para catalunya alternativo al independentista algo habrán tenido que ver en el desastre.
Los resultados de la CUP han sido muy malos, perdiendo más de la mitad de sus escaños y decenas de miles de votos. Da la impresión de que el voto útil a Puigdemont y Esquerra les ha maltratado en las urnas. Sus cuatro asientos en el Parlament seguirá siendo importantes, pero no tan decisivos. Ahora insisten también en "restituir" a Puigdemont. Conociéndolos, seguro que hay autocrítica y rectificación de errores.
Otro sí. La candidatura Catalunya en Comú-Podem ha cosechado unos pobres resultados, tras haber vencido en las elecciones generales. La búsqueda de una tercera vía entre la DUI y el 155 ha resultado un fracaso estrepitoso. La dependencia de una fuerza estatal como Podemos, con sus ataduras, como demuestra la actitud de Bescansa, impide a los comunes aproximarse al soberanismo. Se han quedado en el camino de el medio entre Esquerra y Ciutadans, y han perdido la apuesta. ⧫
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