2018/01/14

Realismo

El término realismo tiene mala prensa en la izquierda. Se asocia con mucha facilidad a cesión, a renuncia a los objetivos máximos, en fin, a una adaptación a la situación, dejando a un lado aventuras. Pero no siempre tiene que ser así. A veces, en determinadas situaciones, una cierta dosis de realismo puede ayudar a situar el problema en los justos términos y a poner las bases para lograr superarlo.

En el caso de Catalunya ha sido ERC quien ha solicitado a Carles Puigdemont y a su coalición una dosis de realismo, al igual que lo ha hecho el ex president Artur Mas. Y ciertamente estimo que algo de razón llevan cuando lo solicitan, porque el desfile de líderes independentistas ante el Tribunal Supremo está deparando innumerales sorpresas, como la renuncia general a la unilateralidad, concepto indiscutible hace pocos meses entre los protagonistas del procés. 


Hay en todo esto una cuestión clave, como es la de la restitución del Govern legítimo, reivindicación con la que estoy plenamente de acuerdo, ya que fue destituido manu militari a través de la aplicación del artículo 155 en su grado máximo. La Constitución española no señala taxativamente que mediante esa herramienta se pueda tumbar a un gobierno elegido legítimamente tras unas elecciones autonómicas. 

Lo que es más complicado de entender es que la restitución del Govern se argumente en base a los resultados de las elecciones de diciembre, que dieron mayoría absoluta de votos a las fuerzas soberanistas. Unas elecciones que habían sido convocados desde la Moncloa en aplicación de ese mismo artículo 155. La mera participación de Pdecat, ERC y CUP en los comicios es una aceptación implícita del artículo maldito. Por lo tanto, la restitución del Govern debería de venir per se y no por la victoria de los soberanistas en elecciones posteriores a la constitución del propio Govern. Es más, si las fuerzas soberanistas hubieran perdido las elecciones últimas, ¿habrían exigido de igual modo la restitución del Gobierno presidido por Puigdemont?

De todo ello se deduce una contradicción política evidente, a la que se une la disyuntiva entre seguir como hasta ahora, posición que defiende Puigdemont, o aflojar un tanto la marcha y formar un gobierno más pausado, entrando a trabajar en otros temas aparte del de la independencia, postura que parece defender Junqueras. Hay que volver a recordar que las tres fuerzas soberanistas han cosechado un 47% del voto total, porcentaje que difícilmente les legitima para proseguir en una estrategia unilateral. Parece obvio que el trabajo fundamental ahora es el de ensanchar su base social y atraer a su seno a votantes del PSC, Podem o abstencionistas. Pescar en las aguas de Ciutadans o del PP parece una pretensión absurda.

Es muy difícil que en esta coyuntura, con todo el proceso en marcha, haya lugar para la autocrítica. Alguna ha habido, por ejemplo en las filas de la CUP, seriamente dañada en sus resultados de diciembre. Ahora bien, hay que evitar, en lo posible, darle bazas a los contrarios, así como emprender derivadas derrotistas. Eso sí, hay que partir de una realidad insoslayable: el Estado español, más allá de chistes en twitter, no es ninguna broma, sino que funciona, al menos en su faceta más conocida, la represiva. Los mecanismos empleados para sofocar la rebelión están funcionando y el núcleo duro del soberanismo se encuentra en la cárcel, en el exilio o en libertad condicional. 

Volvemos al principio. El nacionalismo de los pueblos sin estado propio tiende a la idealización de sus luchas y de sus capacidades, en un intento de ponerse a la altura de las potencias dominantes. Es un ejercicio legítimo, pero no se puede abusar de él. Siempre es conveniente analizar la relación de fuerzas entre la metrópoli y la nación subyugada para poder dar el golpe de hoz en el momento oportuno y no a destiempo. ⧫
   


No hay comentarios:

Publicar un comentario