El escritor Marc Legasse escribió en su día un Pasacalle para un país que ni existe, título que puede reflejar mejor que ningún otro la desazón por la situación de Euskal Herria, invisible como país soberano en el concierto internacional. Es el vasco un pueblo aficionado a contar, al calor del hogar, las hazañas de antepasados y parientes, pequeños héroes de andar por casa, así como de hacerse merecedor de las patentes de innumerables inventos. La trikitixa, el puente colgante o el txakolí serían algunos de ellos. No seré yo quien afirme que soñar con grandezas, pasadas o presentes, sea un defecto abominable. En la vida hay tiempo para trabajar, pero también para entretenerse. Otra cosa es que nos vayamos creyendo nuestros propios mitos y acabemos pensando que constituimos un verdadero estado independiente cuando no llegamos sino a región descentralizada, en el mejor de los casos. En el peor está en peligro el disfrute de la categoría, más folklórica que política, de pays.
En la ingente tarea que supone la configuración nacional de un pueblo sin estado, como es el caso que nos ocupa, resulta primordial conseguir el retrato, más o menos fiel, de nuestro perfil. Por ello es sustancial la existencia de un país literario, cinematográfico, musical o artístico, que proyecte hacia el exterior nuestra realidad cultural diferenciada e incube en el interior, sobre todo en las jóvenes generaciones, la conciencia de ser. La confirmación indubitable de que tenemos que aspirar a ser una pieza, pequeña pero insustituible, en el puzzle que dibuje el futuro mapa planetario.
Pero ese retrato no puede limitarse a lo cultural. Debe ampliarse, y más en en estos tiempos de crisis, a lo númerico. La contabilidad de nuestra realidad nacional no puede dejarse para mañana. Es imprescindible que, aún con lagunas e imprecisiones, empecemos a construir nuestra pirámide poblacional, a delimitar cuál es nuestro PIB, a manejar nuestros datos sobre desempleo, inflacción o déficit comercial. Las instituciones, los agentes políticos y sociales, las asociaciones cívicas, los ciudadanos en general, tienen derecho a conocer la dimensión de nuestro país en todos esos órdenes, como ocurre con total naturalidad en Dinamarca o en Nueva Zelanda. Proseguir analizando nuestra realidad sin poner sobre la mesa los indicadores que se necesitan conocer a la hora de tomar decisiones no deja de ser una grave irresponsabilidad colectiva.
Queda mucho, muchísimo, por hacer en esa labor contable. Las dificultades para obtener, sopesar, agregar y difundir esos datos de alcance nacional son hoy en día cuantiosas. Sin embargo, no partimos de cero. El observatorio socio-económico Gaindegia cumple ahora su quinto aniversario. Y acaba de publicar su tercer informe anual, correspondiente al año 2009. Un informe en el que se dan a conocer indicadores nacionales en diversas variables, lo más actualizados posibles, para que el análisis y el conocimiento sobre Euskal Herria puedan ser más llevaderos. Además de los indicadores se ofrecen diferentes miradas, de la mano de personas expertas, en un intento de ir realizando una radiografía más precisa de la realidad socio-económica vasca.
Gaindegia es un organismo humilde, con un presupuesto limitado. Sufre también la crisis económica e intenta adaptarse centrando sus esfuerzos en las tareas más urgentes. Pero todo ello no le impide ser un proyecto ambicioso, que aspira a construir un verdadero observatorio que sirva de alimento preciso a los trabajos que quienes se empeñan en la construcción nacional deberán abordar en estos próximos tiempos, repletos de desafíos y oportunidades. En estos cinco años de trayectoria pública, que serían algunos más si añadimos los trabajos preparatorios, hemos superado muchos obstáculos y hemos sido objeto de desaires por parte de instituciones y agentes que se apellidan vascos. Sin embargo no es este el momento de los reproches. Tal vez no hayamos sido capaces de explicar con la suficiente energía que Gaindegia es un proyecto plural, abierto, en el que queremos contar con los agentes económicos, empresariales, sindicales, sociales y profesionales, así como las personas individuales, que consideren a Euskal Herria como una nación. Es la única premisa para colaborar. Quien guarde algún recelo sobre nuestras intenciones no tiene más que ojear nuestro informe anual y valorar la diversidad ideológica de sus firmas. Si mantienen alguna duda, que se acerque hasta nosotros. Seguro que sale convencido de la imperiosa necesidad de fortalecer el observatorio y de las verdaderas intenciones que se cobijan en él.
En cualquier caso, nosotros vamos a seguir aportando nuevos materiales para el objetivo de descifrar nuetras verdadera dimensión nacional. No vamos a cejar en el empeño por muchas dificultades que se nos presenten o por la indiferencia de quienes tan sólo creen en sus propias expectativas. Es más, estamos seguros que el genial Legasse, de estar entre nosotros, se vería obligado a variar el título de su pasacalle y en vez de ese ni colocaría un sí, posiblemente en mayúsculas. Porque este país existe y en Gaindegia estamos para contarlo.
["Gara", 2010-6-20; "Deia", 2010-6-23]
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