La concesión del premio Nobel de Literatura al escritor turco Orhan Pamuk puede ser una excelente contribución al avance de culturas hasta hace bien poco marginadas, sino odiadas en el llamado Occidente (cristiano). Tenía la intención hace tiempo de leer algún libro de Pamuk, pero lo he ido dejando por causas diversas, y el premio me ha impulsado a hacerlo, por fin. He empezado por el principio, con su libro "El astrólogo y el sultán", editado por Edhasa en 1992. Su título original, que he tomado como cabecera de este breve apunte es "Beyez kale", que puede querer decir algo así como "el castillo blanco", pero que a mí me seduce más traducir por "la calle de las vacas", por su indudable parecido euskaldun. Muchas veces la poesía se nutre de estos juegos para lograr imágenes sorprendentes y por tanto es de necios no utilizarlos, aunque sea de forma tan torpe como la mía. Perdón a quienes se puedan sentir ofendidos con mis atrevimientos.
El caso es que la novela, de tipo histórico, narra las peripecias de un veneciano que ha sido secuestrado por los otomanos tras una batalla naval y que pasa a convertirse en una especie de médico y científico en tierras turcas, aunque desde su condición de esclavo en un mundo dominado por el Islam. Conviene abrir nuestras mentes a otras perspectivas, leer autores chinos, japoneses, árabes o indios y renunciar a ese eurocentrismo obsoleto que desprecia cuanto ignora.
Anteriormente había leído a Yasar Kemal (su trilogía sobre el halcón Memed el flaco) y a Emine Sevgi Özdamar, y la experiencia fue en ambos casos muy enriquecedora. Esperemos que en esta tercera estación también lo sea. Por buena señal tengo las denuncias realizadas por Pamuk sobre los genocidios perpetrados contra los pueblos armenio y kurdo, lo que tratándose de un escritor turco dice mucho de su honradez intelectual y altura moral.
[Terminé de leer el libro de Pamuk, cuya trama habita los terrenos de la identidad, de la doble personalidad, del diálogo entre culturas. Un texto en el que el encuentro entre el veneciano (cristiano) y el turco (musulmán) se traduce en una pugna que acaba en un intercambio de papeles en el que, al final, el turco Hoja, cuyo parecido físico con el veneciano es asombroso, regresa a Venecia adoptando la figura del otro, cuya vida conoce al detalle. El veneciano, por su parte, se quedará haciendo en Istanbul el papel de Hoja, no sin éxito. Toda una metáfora para tomar perspectiva ante la "lucha de civilizaciones" que tanto se nos quiere vender.]
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