Han tenido que llegar los Juegos Olímpicos de París para que me anime a escribir un comentario, superando la pereza que produce este calor sofocante. Escribo sobre los Juegos Olímpicos, pero no sobre deporte en sí, sino sobre algunas derivadas del mismo. Dejando a un lado los momentos icónicos ofrecidos por atletas como Armand Duplantis, con su récord mundial en pértiga, o Sifan Hassan en el maratón femenino, ganando la carrera tras haber sacado anteriormente medalla de bronce en 5.000 y 10.000 metros, ha vuelto a prevalecer el interés de los estados participantes.
Pedro Pichardo, Jordan Díaz Fortun y Andy Díaz. Foto: Play Off Magazine |
Desde los medios de comunicación se insiste en la idea del olimpismo, del deporte, del fair play, y todas esas amalgamas ideológicas. Pero la realidad es que los estados invierten inmensas cantidades de dinero en construir sus equipos olímpicos, ya que saben de la repercusión mundial que para su imagen tienen las victorias, De ahí que países insignificantes manden a sus atletas a París para probar suerte en el medallero. Obtener una medalla es más importante que mejorar los presupuestos en educación o sanidad.
El hecho cierto es que 206 entes estatales, todos los reconocidos por el COI salvo Rusia y Bielorrusia, han tomado parte en el evento planetario. Un evento en el que los ganadores no dudan en envolverse en la bandera de su país, sea de origen o adoptado, tras conseguir una victoria o un puesto destacado en la prueba de que se trate. Estados como España se esmeran en nacionalizar a atletas africanos o cubanos en busca de la ansiada medalla. Pero se trata de una práctica muy extendida, la misma Sifan Hassan corre bajo la bandera neerlandesa, pero ella nació en Etiopía.
No obstante, el ejemplo paradigmático de esta práctica seudofraudulenta lo hemos presenciado estos días en la final de triple salto masculino. En ella ocuparon los tres primeros puestos tres atletas cubanos: Jordan Díaz (17,86), Pedro Pichardo (17,84) y Andy Díaz (17,64). Sin embargo ninguna de las tres medallas figuran en el casillero de Cuba, sino que lo hacen en el de España, Portugal e Italia, banderas que defendieron los tres saltadores originarios de la isla caribeña. El representante oficial de Cuba en la final, Lázaro Martínez, cosechó un modesto octavo puesto en la prueba.
Ejemplos extremos como este sacan a relucir la verdadera naturaleza de los juegos, un escaparate a nivel mundial en el que todos los comités olímpicos nacionales quieren aparecer a toda costa, incluidas maniobras legales de todo tipo para redondear la calidad de la delegación enviada a París. Lo decisivo es el medallero oficial, no la política deportiva de base que debería conducir a lograr buenos resultados a los atletas del propio país. Y eso por no decir que la manida frase de "lo importante es participar", a estas alturas del siglo XXI, nadie se la cree, aunque se siga pronunciando, sobre todo cuando los resultados no son los esperados.
Como derivada en lo que concierne a Euskal Herria, deberíamos afrontar una reflexión sobre el nulo papel que jugamos en estos acontecimientos planetarios. Nuestros deportistas participan bajo las banderas de España o de Francia, y si logran medalla como Jon Pacheco, Beñat Turrientes o Aimar Oroz, figuran como integrantes de la delegación española, a la que representan. Produce envidia contemplar como naciones más pequeñas que la nuestra, como Santa Lucía (200.000 habitantes), Granada (110.000), Dominica (70.000), Botsuana (2 millones) o Kosovo (2 millones) figuran en el listado oficial del medallero de los Juegos y a Euskal Herria ni se la ve, ni se la espera.
En nuestro país se ha reivindicado con insistencia la creación y reconocimiento de las selecciones nacionales vascas de fútbol, baloncesto, ciclismo o pelota. Bien está seguir peleando por ese objetivo, pero siendo conscientes de que mientras no logremos una mínima cota de soberanía será como poner el carro delante de los bueyes, Primero el poder de decisión soberano y luego lo demás. incluida la delegación vasca a uno próximos Juegos Olímpicos bajo nuestra propia bandera, ⧫
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