Izquierda melancólica

Estamos de nuevo ante la eterna cuestión: ¿Qué hacer? El planeta camina con paso firme hacia el colapso ecológico, las fuerzas autoritarias dominan en las urnas, la siniestralidad laboral no cesa, la violencia machista se cronifica... y la izquierda, en su sentido amplio, desde la socialdemócrata hasta la comunista, no sabe qué hacer. En la mayoría de las ocasiones se conforma con describir el problema, pero en cuanto tiene ocasión de poner en marcha medidas correctoras, alternativas al capitalismo dominante, se arruga.

El reciente caso de Grecia, que no hace falta recordar, ha sido paradigmático. Se ha utilizado desde el poder al pueblo, para ir contra el propio pueblo. En el caso del Estado español la cosa no ha ido tan lejos, pero el autodenominado "gobierno más progresista de la historia" continúa en stand by. Ha habido algunos avances, es verdad, pero la reforma laboral del PP sigue sin ser derogada, al igual que la llamada Ley Mordaza. No sé ha frenado la subida meteórica de los precios de la vivienda en alquiler, no se ha terminado con los desahucios, el diálogo Estado-Catalunya sigue estancado, en fin, se van perdiendo oportunidades cuando en el parlamento español existe una mayoría suficiente para avanzar. 

Estamos hablando de una izquierda pragmática, posibilista, que no cuestiona "el orden natural de las cosas" al que algunos llamamos capitalismo. Una izquierda que pretende, al menos en teoría, limar las aristas más indecentes de ese sistema de rapiña generalizada que impera en el mundo. Pero es que la izquierda transformadora, revolucionaria, tampoco hace acto de presencia, salvo en forma de pequeños núcleos muy ideologizados y con escasa presencia social, el menos en Europa.

Cuando el el siglo XIX se puso en marcha la Internacional Obrera, el objetivo común de todas las tendencias, entre las que se encontraban cooperativistas, sindicalistas, socialistas, comunistas y anarquistas, consistía en derrocar al capitalismo y construir una sociedad socialista, alternativa a la barbarie depredadora. Coexistían diversos modelos, diferentes estrategias, pero había un objetivo más o menos común. A día de hoy ni siquiera se vislumbra una estrategia coherente en el camino hacia el socialismo, y la izquierda mayoritaria en Europa se conforma con criticar al Gobierno derechista de turno y si gana las elecciones y accede al Ejecutivo, se centra en mantener el estatus quo general, introduciendo algunas pequeñas reformas que en ningún caso cuestionan la explotación del hombre por el hombre que supone el modelo de producción capitalista.

En el otro campo las cosas están mucho más claras, como ha demostrado la presidencia estadounidense de Donald Trump en estos últimos cuatro años. El resumen viene de la mano de otro multimillonario, Warren Buffet, quien ha llegado a decir que "Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos". Suena pornográfico pero es la pura realidad. La derecha liberal-capitalista tiene objetivos claros, no renuncia a sus derechos e impone sus dogmas allí donde puede gobernar.

Por el contrario, la izquierda, que todavía no sabe qué quiere ser de mayor, se contenta con la ilusión de entrar a gobernar en su país, sabiendo que desde ese gobierno no va a ser capaz de articular medidas de alcance que pongan en cuestión el camino recorrido por la derecha. Y así seguimos desde la caída del Muro de Berlín y la voladura controlada del socialismo real, que era manifiestamente mejorable, pero que al menos ejercía de contrapeso al capitalismo realmente existente.

La izquierda real, la política, la sindical y la social, continúa envuelta en la melancolía, ensimismada en su pequeñez de miras, tal vez esperando que un buen día alguien la despierte de su letargo. Mientras tanto seguirá pedaleando para que la bicicleta no se pare, sin reconocer de una vez que ante el monstruo capitalista no caben recetas paliativas, sino que hay que utilizar con energía y precisión el bisturí. ⧫