2021/04/14

Entendidos

Camino por las tinieblas de mi ignorancia. Nunca antes he tenido la sensación amarga de no saber lo que está pasando, de que me faltan datos fundamentales para completar el puzle. De que la mayor crisis sanitaria en un siglo no está siendo abordada con la valentía que merece una situación tan compleja y tan extraordinaria.

Jonan Fernández, portavoz del LABI. Foto: naiz.eus

No suelo escribir sobre ella, sino tangencialmente. Soy plenamente consciente de mis limitaciones en la materia y por tanto prefiero descargar esa responsabilidad en los expertos. Al principio no eran muchos y, en general, solían coincidir en sus análisis. Se trataba de una especie de gripe un tanto rabiosa, poco más que eso. Ahora sabemos que tres millones de personas han fallecido por la supuesta gripe. Son muchísimas víctimas, pero todo es relativo. Si tenemos en cuenta que el planeta está habitado por más de siete mil millones de seres humanos, la cifra de defunciones por el covid19 no es tan dramática. La especie sobrevivirá.

A medida que la pandemia se confirmó por los expertos de la OMS, una organización burocrática e inútil que debería ser disuelta sin dilación, el número de expertos comenzó a aumentar de forma geométrica. Hoy en día es imposible ver un informativo de radio o televisión, leer un periódico o navegar por internet sin toparte con alguno de ellos.

Resulta impresionante la cantidad de asociaciones gremiales de científicos, médicos o enfermeras que han salido a la luz durante estos meses. Cada tramo de ese mundo que rodea al coronavirus se ha venido a constituir en asociación, colegio o fundación. Su presidente o portavoz oficial se esfuerza en ofrecer su visión de la situación de la pandemia. No aporta, por lo general, grandes novedades, pero ha conseguido el objetivo buscado. Que aparezca en la pantalla el nombre del citado gremio: Asociación de Virólogos Independientes, por decir algo.

Pero a los virólogos, se les añaden los microbiólogos, bacteriólogos, anestesistas, intensivistas, vacunólogos, epidemiólogos, especialistas en medicina interna, en enfermedades pulmonares, en infecciones, en vías respiratorias, cardiólogos, investigadores del CSIC, ex asesores de la OMS, catedráticos, profesores en fin, toda una lista de especializaciones de las que no éramos conscientes hasta la llegada del covid19.

Les suelo escuchar con atención, con la esperanza de que me expliquen la magnitud real del fenómeno, pero me decepcionan una y otra vez. Ni siquiera se ponen de acuerdo en si estamos en el inicio de la cuarta ola o en los estertores de la tercera. Ni en convenir si la vacuna de AstraZeneca es recomendable para mayores de 60 años o para menores de 55. Todo es un enorme cafarnaún que no parece terminar nunca.

A este sarpullido de asociaciones de todo tipo se unen los diversos políticos que tienen algún grado de gestión ante la pandemia. Los de la comunidad tal dicen que hay que cerrar los bares a las ocho de la tarde, mientras que los de la comunidad cual consideran que sería más conveniente cerrarlos a las nueve. Los responsables de otras comunidades rompen la baraja y manifiestan que no es necesario cerrar ningún bar, que mejor dejarlos todos abiertos, al libre albedrío del virus.

Quieren seguir las enseñanzas filosóficas de Felipe González Márquez, el señor X, quien en 1977 se despidió de la capital soviética tras su viaje a la URSS con una frase lapidaria: "Prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York que tener que vivir en Moscú". Traducido a la situación actual: "Prefiero morir por coronavirus en Madrid que vivir con mascarilla en Berlín".

Para rematar la faena de expertos y políticos se encuentra siempre dispuesta la clase periodística, el famoso cuarto poder. Con un atrevimiento digno de mejor causa pontifican sobre cualquier aspecto de la pandemia dándosela de entendidos. Citan un artículo de "The Lancet" como si fuera su revista de cabecera en vez del "Hola" y pronostican hoy una hecatombe, para al día siguiente asegurar que todo está bajo control.

A los entendidos no hay quien les entienda, pero en su vuelo raso por tertulias y redacciones manejan datos con la fluidez de un virólogo y la precisión de un almacenero. Arriman el ascua a la sardina de su interés como influenciador político y auguran la llegada de la inmunidad de rebaño como si se tratase del advenimiento del apocalipsis. Que dios nos coja vacunados de expertos, políticos y entendidos, ⧫

 

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