2017/05/09

Desconexión

Llevo semanas sin escribir en este pequeño rincón de internet, a la espera de que algún acontecimiento me inspire unas líneas que merezcan la pena ser escritas. Han habido nuevas consultas populares en pueblos del país, con una participación del 25%, que no es desdeñable pero tampoco para tirar cohetes. El PNV ha apuntalado los presupuestos del Reino de España, en otro alarde de independentismo con seny. EH Bildu ha acertado al protestar, pero no renunciará a seguir intentando grandes acuerdos de país con quienes sostienen al PP más corrupto y más cruel con los presos. 

Marine Le Pen no ocupará el palacio del Elíseo. La V República celebrará un nuevo 14 de julio sin mayores sobresaltos, el joven liberal Macron es la gran esperanza blanca de derechas e izquierdas difusas. El NPA del cartero Olivier Besancenot y del obrero Philippe Poutou ha conseguido un 1% en la primera vuelta de las presidenciales (394.582 apoyos) y Nathalie Arthaud, de Lucha Obrera, algo menos (232.428). Esa es la referencia de la auténtica izquierda, poco más de medio millón de votos. La llamada Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon es otra cosa, muchas banderas republicanas y pocas rojas. Mucha Francia para cosa buena. Seguiremos esperando la oportunidad de influir, sin renunciar a un verdadero cambio social. 


Pero no quería hablar de la rabiosa actualidad, sino de dos fechas emblemáticas que han ido a menos en los últimos años: Aberri Eguna y Maiatzaren Lehena. Las dos caras de la lucha, la nacional y la social, no se ven reflejadas en una movilización contundente, ambiciosa, ganadora, sino que se repliegan a un decoroso cumplimiento del expediente para salvar el papel de convocantes y adheridos. Y si cae en puente, ni eso.

Es evidente que existe una desconexión entre quienes convocan los actos y la mayoría social del país. En tiempos, cualquier joven mínimamente concienciado no se perdía ambas movilizaciones ni por asomo. Eran citas ineludibles en un marco de lucha hacia un cambio ¿revolucionario? Al menos eso creíamos en los años setenta, ochenta, noventa… Las circunstancias han cambiado. La caída del muro de Berlín abrió una fosa que no se ha conseguido sortear por parte de la izquierda. El imaginario de una revolución social ha dejado de existir. Los jóvenes, más explotados que nunca, ya sea en el trabajo, en el estudio o en el desempleo, no son capaces de ver caminos nuevos para la rebeldía y el desafío. Se contentan con las migajas que el capitalismo les otorga.

Foto: Aris Messinis/AFP www.argia.eus

Los sindicatos bastante hacen con mantenerse en pie frente a una ofensiva neoliberal sin precedentes que trata de destruirlos. Los partidos que se reclaman de la izquierda se limitan a trabajar en las instituciones, intentando limitar las iniciativas derechistas más sangrantes, pero se ven incapaces de construir una alternativa sólida al actual estado de cosas. La derecha gobierna en Europa, salvo en Portugal y Grecia. En este último lugar, el gobierno de la llamada izquierda radical de Tsipras apechuga con los planes destructivos del estado del bienestar que le vienen dados desde Bruselas. Hace el trabajo sucio al liberalismo más ortodoxo. ¿Qué nos queda?

Las fuerzas que se reclaman del cambio, que se oponen al capitalismo realmente existente, tienen que hacer un esfuerzo supremo por alejarse de la nostalgia y los viejos hábitos, que ya no funcionan, y reinventarse. Utilizar nuevas herramientas y lenguajes para acercarse a la gran mayoría social que sufre. Soy plenamente consciente de que no es fácil, que resulta complicado. Pero al menos habrá que intentarlo. Seguir año tras año con las mismas ceremonias decadentes nos lleva al abismo. Y conste que las dos señaladas fechas son solo un termómetro de lo que ocurre en nuestro país (y en toda Europa) durante el resto del año. ⧫

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