2017/05/30

Precisiones

Llevaba tiempo dándole vueltas a este tema y por fin me pongo a ello. Detesto el lenguaje políticamente correcto, en general, y el que se refiere a la cuestión política, en particular. La razón básica es que disminuye la claridad expositiva, confunde y embarulla. Por lo tanto resulta mucho más práctico llamar a las cosas por su nombre.

Por ejemplo, en los últimos años se ha puesto de moda el término "derecho a decidir" aplicado en diferentes campos de juego. Así, en abstracto, es un concepto con el que nadie puede estar en desacuerdo. El problema surge cuando se intenta concretar, cuando hay que determinar qué es lo que se decide y, sobre todo, quién lo decide. Ahí reside el meollo de la cuestión. 


Pero no voy a escribir una nueva teoría sobre el derecho a decidir, en este país sobran teóricos al respecto. Lo que quiero decir es que mucho antes que ese concepto existía otro mucho más claro, el derecho de autodeterminación, en su día denostado por las fuerzas abertzales y tachado de "españolista", cuando significaba, en caso de ser ejercido, una salida razonable al peliagudo problema nacional que padecemos los vascos.

Concretado un sujeto político, el llamado pueblo vasco, ejerce ese derecho, pronunciándose sobre una pregunta clara y concisa: "¿Quiere que Euskal Herria sea un estado independiente?". Ya sé que se puede seguir discutiendo sobre qué es el pueblo vasco o cúal es el alcance exacto de Euskal Herria, pero serían discusiones ajenas al tema de hoy.

Conviene aclarar las cosas. Comprendo las estrategias transversales que pretenden que votantes del PSOE y su entorno apoyen el derecho de autodeterminación, como hicieron en su día tras aquella famosa pancarta. Es un objetivo tan loable como estéril. Por lo tanto, prefiero que las movilizaciones por la independencia se convoquen así, por la independencia, no por el derecho a decidir. El resultado final es que el 95% de quienes acuden a las manifestaciones por el derecho a decidir son en realidad independentistas. Reconozcámoslo y sigamos adelante.

Justicia social

En el área socioeconómica, la ambigüedad del término derecho a decidir viene a estar representada por otra fórmula que vale para todo: justicia social. Desde un cristiano concienciado hasta un comunista clásico pueden defender la justicia social. Se trata de un término comodín que pretende decir algo, sin decir demasiado. Desde una determinada izquierda se aparcan otros términos más contundentes, como socialismo o anticapitalismo. Parece que da miedo decantarse por los más débiles y apoyar reivindicaciones históricas de la clase trabajadora. Si lo hacen sin percatarse de ello se están equivocando, si lo hacen a propósito, nos están engañando. He conocido cristianos de base más radicales y profundos que algunos portavoces de la izquierda política y sindical de este país.

Un concepto en sí incontestable, como el de justicia social, se convierte debido a un uso estrafalario del mismo -desde las encíclicas papales hasta los programas electorales socialdemócratas- en un eslogan vacío de contenido, ya que no es posible alcanzar una verdadera justicia social dentro de un sistema económico capitalista. Se podrán limar algunas injusticias sociales, disminuir un tanto la brecha entre ricos y pobres, pero no se podrá lograr un escenario al que se le pueda denominar justicia social, si no es en el marco de un modelo económico socialista, basado en lo público sobre lo privado. Pretender obtener la auténtica justicia social mediante una reforma fiscal es una quimera.

Volvemos al inicio. Es urgente poner en circulación pedagogías políticas que ayuden a precisar términos ambiguos y palabras comodines. Ser precisos en el lenguaje y utilizar los términos adecuados en cada momento es una buena manera de avanzar, alejándonos de lo políticamente correcto. ⧫  

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