El proceso político vasco, como el verano que estamos padeciendo, se caracteriza por las turbulencias, los cambios inesperados y las galernas a última hora de la tarde. Nadie prometió, a la hora de arrancar, que la tarea iba a ser fácil, por lo que surgirán contratiempos, habrá parones, pasos en falso y desistimientos. Como en la vida misma.
Siendo sinceros, somos muchos los que nos hubiéramos dado con un canto en los dientes si hace tres años nos hubiesen pronosticado que a íbamos a estar, en junio de 2011, como estamos. Mas lo cierto es que se ha avanzado mucho en el camino de apertura de un nuevo ciclo político. Falta también mucho para culminar el trabajo, pero si miramos un instante hacia atrás, comprobaremos que el punto de partida está ya muy lejos. Y lo que es más importante, todo indica que por muchos reveses que se produzcan en los tiempos venideros, nunca se ha de volver a aquel estadio. Pareciese que en dos años se ha avanzado a una velocidad de vértigo.
Por cierto que algunos que sentían eso, vértigo, al inicio del camino, gentes que no veían con claridad la utilidad de la nueva estrategia, se van incorporando a la misma, una vez que los resultados de Bildu les han abierto los ojos. Enrocarse en una posición defensiva puede ser útil durante un tiempo para librarse del mate, pero a la larga es mucho más inteligente lo que se ha hecho, mover ficha.
Sin embargo, no todo son parabienes. La espuma que ha dejado el tsunami Bildu no puede ser utilizada para esconder la realidad. Los procesos políticos continúan, sigue habiendo detenciones, prohibicions a diversos actos. En definitiva, pese a que se diga por ahí que la batalla contra la ilegalización está ganada, no es del todo cierto. Está pendiente el recurso de Sortu, Arnaldo Otegi y sus compañeros siguen en la cárcel, las amenazas contra Bildu son diarias. Yo diría que se ha ganado una batalla contra la ilegalización, pero no la guerra.
Esa misma espuma de optimismo puede enredar a los electos de Bildu en el proceloso laberinto de la gestión diaria de los problemas. Las tareas institucionales son importantes y no se puede defraudar a los votantes que han confiado en las listas soberanistas. Pero el día a día no puede dejar de lado los objetivos a medio y largo plazo del soberanismo, que no son otros que poner a este pueblo en la pista de despegue del derecho a decidir. Probablemente con la compañía de otros agentes políticos, sindicales y sociales que coincidan con ese objetivo de carácter nacional.
Entretanto, en la batalla mediática, el enemigo no descansa. Trata de sacar a la luz contradiciones, reproduce hasta la saciedad fotos de buen rollito que esconden posteriores puñaladas dialécticas. Estamos empezando el camino institucional, pero uno echa en falta una línea menos zigzageante, en la que sin caer en el gesto hosco ni en el desafío, ya que estamos en otro tempus político, se evite el buenismo, ese discurso de estar a bien con todo el mundo, porque además es irreal.
La izquierda soberanista tiene un programa y unos objetivos nítidos. A una parte de la ciudadanía de este país no le gustan, pero esa circunstancia no debe ser motivo para desdibujarlos. Una cosa es no entrar como elefante en cacharrería y otra ir de puntillas para no molestar. Se precisa buscar un término medio, es decir, hacer política, con mayúsculas y sin complejos.
Estoy de acuerdo en que el buenismo nunca funciona. En política, hay que cuidar las formas, pero cumplir el programa sin complejos. Para eso son los votos.
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