Seguimos en campaña. Tras los comicios en la CAPV y en Catalunya, ahora nos llegan las elecciones al Parlamento Europeo, una institución aquejada de elefantiasis, que parece condenada a estar hipotecada por la presencia cada vez más numerosa de las fuerzas de ultraderecha en todas sus variadas formas. Los populismos de derecha, que a veces se aproximan a los viejos fascismos del siglo XX, continúan acrecentando sus apoyos frente a unas formaciones conservadoras cada vez más obsoletas e inoperantes, unas fuerzas liberales muy testimoniales, unos partidos verdes cada vez más derechizados y unas izquierdas que hablan mucho y hacen poco.
Marine Le Pen. Foto: Worldcrunch |
Dentro de unos días asistiremos a la confirmación de la fortaleza de lideresas como Marine Le Pen o Georgia Meloni, quienes mediante un ejercicio de pragmatismo, limando algunas asperezas de sus programas, están logrando aglutinar a millones de seguidores, dejando de ser fenómenos puntuales para convertirse en corrientes de fondo que socavan la democracia europea.
Un ejemplo del auge de las tendencias extremistas de derecha lo hemos tenido en las recientes elecciones catalanas, donde ha entrado por vez primera en el Parlament la formación xenófoba e independentista Aliança Catalana, liderada también por una mujer, Silvia Orriols, alcaldesa de Ripoll. Y es que en Catalunya, mientras pierde fuelle el independentismo progresista de Esquerra y el independentismo anticapitalista de la CUP, crece el de Junts, a todas luces conservador, y el de carácter extremista de AC.
De este modo, las corrientes ideológicas internacionales se concretan en ofertas políticas locales, cercanas a la población, y cosechan votos de sectores ajenos, hasta el momento, a los cantos de sirena de la ultraderecha, Es cierto que Aliança Catalana ha podido aglutinar a un voto de rechazo hacia las posturas más moderadas en lo nacional de Junts y ERC, pero en todo caso los votantes ya conocían las alternativas extremistas que ofrece esta formación en materia de inmigración, por poner un ejemplo.
Nadie podía predecir hace 25 años, al arranque del siglo XXI, semejante auge de las tendencias más retrógradas en países tan diferentes como Estados Unidos, Argentina, El Salvador o Hungría. Pero la realidad es tozuda y no es posible mirar hacia otro lado. Mientras la izquierda se somete cada dos por tres a procesos de crisis y pugnas intestinas de difícil comprensión para el común de los ciudadanos, la derecha tradicional y las nuevas formaciones de derecha radical populista avanzan en Europa.
A estas alturas habrá que empezar a sentir añoranza por las derechas históricas, la democracia cristiana y la liberal, que hacían frente a los bramidos antidemocráticos de la extrema derecha. Ahora sin embargo, la derecha clásica de partidos como el Popular de Alberto Nuñez Feijóo, se aproximan peligrosamente a las formaciones a su derecha, en un intento de achicarles el espacio, cuando en realidad lo que hacen con esas actitudes es otorgarles legitimidad como formaciones institucionales y serias, con las que por cierto pactan cuando necesitan sus votos para gobernan en ayuntamientos o comunidades autónomas.
De poco vale que el señor Aznar descalifique a Vox como alternativa viable, esgrimiendo que la verdadera opción útil es la del PP, si este se está convirtiendo, de la mano de liderazgos como el de Isabel Díaz Ayuso, en otra pieza más del entramado de la derecha extrema, comprándole buena parte de su programa político. ⧫
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