Por las buenas

Una húmeda tarde de septiembre como la de hoy, con nubes y claros, y mientras nos bebíamos una cerveza, me decía un viejo amigo, que lo que no se consigue por las malas, es muy difícil, sino imposible, que se logre por las buenas. Y en esas seguimos unos cuantos años después, en este siglo XXI dominado por las incertidumbres, los colapsos y las catástrofes climáticas. 

Foto: Publico.es

En estos últimos años han habido dos intentos, más o menos serios, de avanzar en la construcción nacional vasca y catalana, con el llamado Plan Ibarretxe y el aún vigente Procés, cuyo momento culminante se remonta a 2017. Dos intentos por las buenas que han chocado con la fortaleza del Estado español, Un estado que algunos minusvaloran, pero que no ha tenido ningún escrúpulo en cercenar dichos intentos por tierra, mar y aire. 

En esta última etapa, además, la efervescencia independentista en ambas naciones sin estado propio ha mostrado cierta falta de pulso, tal vez derivada de las grandes expectativas creadas que luego no se han podido concretar. Al mismo tiempo una coyuntura política sumamente compleja ha derivado en una alianza de facto entre la izquierda española y las fuerzas soberanistas vascas y catalanas, una alianza forjada por el mantra de "que viene Vox", de la mano del PP.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez ha sabido aprovecharse de la situación para su propio beneficio y a cambio de algunos pequeños avances se ha asegurado la estabilidad de su gabinete frente a la derecha extrema y la extrema derecha. Los socios vascos y catalanes de Sánchez (PNV, EH Bildu y ERC) no han planteado saltos cualitativos para asegurar su apoyo y se han limitado a negociar ciertas leyes, importantes, claro que sí, pero que en ningún momento ponen en entredicho el carácter unitario y centralista del Estado español.

Realidad plurinacional

Y ahí reside la madre del cordero. La inexistencia de un reconocimiento solemne de la realidad plurinacional del Estado español es la principal rémora a la hora de avanzar en una solución que pueda satisfacer, al menos durante un tiempo prudencial, las ansias soberanistas de vascos y catalanes. 

Es evidente que el citado reconocimiento no sería equivalente al ejercicio del derecho de autodeterminación, pero sí un paso decisivo hacia la conformación de un estado de tipo federal, o mejor aún, confederal, en el que las naciones sin estado propio gozarían de todas las competencias políticas, salvo la representación exterior y el ejército. No sería la independencia como tal, pero sí un cambio cualitativo a tener en cuenta.

La gran ventaja de esta solución por las buenas es que no sería obligado acumular en una consulta una mayoría cualificada del censo de votantes para obtenerla. En cambio, sería necesaria, eso sí, una modificación de la vigente constitución de 1978, un proceso complejo pero posible, si hay voluntad de las partes. Todos aquellos ciudadanos españoles que no deseen que se rompa España tendrían así un asidero donde agarrarse. Deberían tragarse el sapo de la Confederación de Naciones Ibéricas, a cambio de la renuncia temporal al programa máximo soberanista, en forma de independencia total, por parte de los "separatistas".

Esta solución de compromiso salvaría además las reticencias de la Unión Europea a reconocer un nuevo estado, como hubiera ocurrido en 2017 en el caso de Catalunya. Al no romperse las fronteras, la UE no debería reconocer a un nuevo miembro, sino que debería tomar nota de una mera reforma interna que en nada afectaría a la Unión.

Dicho esto, y antes de que desde las filas independentistas se me acuse de "botifler", o de cosas peores, por plantear alternativas racionales para un proceso llevado a cabo por las buenas, les diré a los lectores que mi programa máximo coincide con el suyo: la independencia de Euskal Herria. Pero hasta que ese objetivo sea consumado, habrá que ir dando pasos en el camino hacia la libertad de personas y pueblos. Pero eso sí, por las buenas.

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