El 15 de julio de 1998, coincidiendo con el final de los sanfermines, una legión de policías ocupó las instalaciones del diario "Egin" y de la emisora "Egin Irratia" en Hernani, cumpliendo una orden dictada por el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. Se concretaba de ese modo la ofensiva de los aparatos del Estado español contra el independentismo vasco. Ahora que se habla tanto de las cloacas y de el periodismo infame de La Sexta, conviene no olvidar estos capítulos de nuestra historia reciente.
La actividad insurgente de la organización clandestina ETA suponía en aquel momento una verdadera amenaza para el Estado. La trágica muerte del concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco, generó una reacción en cadena, entre otros, de los sectores más reaccionarios del Estado, que pedían venganza. El cierre de "Egin", cumplido un año de aquella tragedia, formó parte de esa venganza. El por entonces primer ministro español, José María Aznar lo ratificó con su famosa frase pronunciada en Turquía: "¿Creíais que no nos íbamos a atrever?".
Para entender mejor la trascendencia del cierre del diario abertzale es necesario situarlo en el contexto informativo de aquellos años. Un contexto definido por la existencia de un periodismo de guerra contra la insurgencia vasca, por el que la mayoría de medios de prensa, radio y televisión militaban en una guerra mediática para atacar al independentismo. De todos es conocida la existencia de reuniones de coordinación entre el Gobierno de turno y los directores de los diarios españoles de gran tirada, que eran imitados por el resto de medios. A la connivencia entre el Ejecutivo y los medios, se unía el aparato judicial por medio del TOP revisitado en Audiencia Nacional, y algunos grandes grupos empresariales, algunos de ellos de origen vasco, que engrasaban económicamente la estrategia mediática.
No se trataba de decir la verdad sobre el conflicto vasco, sino de posicionarse junto al Estado en la lucha contra los supuestos enemigos de la integridad de ese mismo Estado. Para ello se servían de informaciones sesgadas, algunas procedentes de militantes arrepentidos, que intentaban dividir al movimiento vasco de liberación nacional, como le llegó a denominar Aznar en un solemne comunicado.
La información se convirtió de ese modo en un campo de batalla en el que de un lado se posicionaba la inmensa mayoría de los medios españoles (incluidos los editados en suelo vasco por familias de gran pedigrí franquista) y por el otro se encontraba casi en solitario el diario "Egin". Había también algunos medios vascos que no formaban parte del pool anti-abertzale, pero que tampoco se esforzaban por criticar los abusos del Estado y a la hora de la verdad plegaban velas con la estrategia diseñada en Madrid.
Una estrategia que tenía algunas características esenciales. La tortura no existía por decreto-ley. España era una democracia avanzada y por lo tanto las denuncias de tortura eran una estrategia de los militantes detenidos para desprestigiar al Estado. Tampoco existía la guerra sucia, ya que la actividad armada de grupos como el BVE o el GAL era atribuida a grupúsculos de la extrema derecha y no al corazón del Estado, de donde verdaderamente procedía. Fomentar la división entre las organizaciones independentistas y vincularlas directamente con la violencia de ETA era otra de las consignas de ese periodismo de guerra que ahora se personifica en gentes como Eduardo Inda o Villarejo.
A uno se le escapa una sonrisa cuando desde la izquierda hispana se alza la voz contra las cloacas del Estado, que han practicado el periodismo de guerra contra dirigentes de Podemos, y se acuerda del señor Anguita, quien en 1995, siendo líder de Izquierda Unida, dijo que "había que reducir a escombros a HB", pero eso sí, de forma "inteligente". Es lo que tiene consultar la hemeroteca.
Es odioso que periodistas como Ferreras divulguen noticias falsas a sabiendas, para buscar determinados réditos políticos o de audiencia. Pero en Euskal Herria hemos aguantado durante décadas ese tipo de maniobras y otras de mucho mayor calado, incluido el cierre de medios de comunicación (Egunkaria, Ardi Beltza...), mientras un espeso manto de silencio se extendía por el universo informativo español, incapaz de separarse de la estrategia estatal de guerra contra el independentismo y, en general, contra las reivindicaciones soberanistas vascas. ⧫
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