2021/10/11

Ser o no ser progre

Yo no soy progre, es decir, no me considero progre. Es más, estimo que lo progre es ajeno al progreso, a la civilización y al advenimiento del reino de lo común, que algunos llamamos de forma atrevida comunismo libertario. Pero en estos tiempos líquidos, que amenazan con derivar en gaseosos, ser progre es la moda imperante. Una moda que nos conduce por la senda de la futilidad.

Joe Biden y Angela Merkel. Foto: Maurizio Gambarini/DPA

Tópicos progres dominantes consisten, por ejemplo, en decir que el ex juez Baltasar Garzón ha sido un látigo contra los fascistas chilenos y los franquistas de cuneta, En realidad ha sido una pieza destacada del Deep State hispano, amparando la tortura sistemática a los militantes clandestinos vascos o encabezando la operación criminal que supuso el cierre del diario vasco "Egin". 

Otro tic progre es decir que la cultura es guay, así en general, que leer libros es cojonudo y que sin cultura, sin la industria de la cultura mejor dicho, estamos perdidos. Depende. De qué cultura estemos hablando, poco tiene que ver leer una obra de Alfonso Sastre con hacerlo con una de Mario Vargas Llosa. Tampoco es lo mismo contemplar una película de Segura como Torrente que otra de Ken Loach. Las dos son cine, por supuesto, pero un director apuesta por mantener el actual estado de cosas, casposo y facha, y el otro por cambiar la situación y que los de abajo sean dueños de sus destinos. No todas las expresiones culturales son liberadoras, hay algunas que son alienantes y retrógradas, es decir, poco aconsejables.

Lo progre también se relaciona con las redes sociales, con dar caña a los neofascistas que pululan por ellas. Escribir un tuit contra Abascal mola mucho ¿verdad? Quienes lo hacen no se dan cuenta de que lo único que consiguen así es darles combustible para que sigan ensuciando todo lo que tocan. Al fascismo no se le combate con tuits, sino construyendo una alternativa socialista de verdad que defienda a las mayorías sociales de las maniobras envolventes de esa gentuza.

También resulta progre enarbolar en las naciones sin estado propio como Euskal Herria y Catalunya la bandera tricolor republicana. Una bandera muy respetable pero que no deja de ser una bandera española, que simboliza a un régimen como el de la II República que no autorizó los estatutos de autonomía hasta que, comenzada la guerra, no le quedó otro remedio para poder asegurarse la colaboración de los partidos hegemónicos de esas naciones en la contienda.

Por último cabe decir que elevar el deseo individual por encima de los intereses colectivos de la comunidad no es ningún avance hacia sistemas políticos más progresistas, vuelvo a pensar en el comunismo, sino una concesión ideológica al individualismo más feroz, proveniente casi siempre de los Estados Unidos de América, el paraíso de los progres de salón. Ahí tenemos, por poner un ejemplo, propuestas supuestamente progres como la legalización de la prostitución, el cambio de sexo basado en el mero deseo puntual del individuo o la maternidad subrogada, o sea, los vientres de alquiler.

El liberalismo sigue ganando terreno en nuestra sociedad, y en general en Europa, en este caso con la inexplicable colaboración de ese sector progre de la izquierda que se emociona con el triunfo de Joe Biden sobre Donald Trump, y que hasta se apena de la despedida de la política de la canciller alemana Angela Merkel, en un ejercicio de daltonismo político, carente de la mínima coherencia de clase. ⧫  

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