2020/11/02

Fatiga social

La pandemia protagonizada por la covid-19 está alimentando día tras día una sensación de agotamiento psíquico del que poca gente es capaz de librarse. Algún amigo utiliza el término depresión social para describir el estado de ánimo que le rodea. Yo voy a ser más comedido y voy a emplear el término fatiga social, que es menos contundente.

Foto: noticiasdegipuzkoa.eus

Las noticias diarias sobre el virus, todas ellas negativas, van horadando nuestra capacidad de resistencia y de resiliencia, nos van apartando de la alegría de vivir para acercarnos a un pesimismo de la inteligencia y de la voluntad, una especie de cataclismo social imparable. 

Las unidades de cuidados intensivos, de las que no se nos facilitan imágenes, son un campo de batalla en las que la ciencia y la medicina intentan derrotar a la enfermedad con variada fortuna. Las residencias de mayores siguen siendo uno de los eslabones débiles de la cadena de cuidados. Sufren por la enfermedad, pero sobre todo sufren por la soledad de unos aislamientos contraproducentes para todo el mundo, pero especialmente para las personas más vulnerables como ellas. Los ambulatorios se han convertido en salas monotemáticas, donde tan solo se atiende a los pacientes con covid, dando a entender que los demás pueden esperar, aunque padezcan dolencias graves. 

Los expertos en pandemias que comparaban al covid-19 con una simple gripe están callados en sus madrigueras. El resto intenta balbucear algo sobre una vacuna que tal vez esté disponible en primavera (o no). Cada vez que escucho a alguno de ellos en la radio o la televisión tengo la sensación de que no saben apenas nada y que tan solo pretenden ganar tiempo a la espera de que algún remedio eficaz surja en algún recóndito laboratorio asiático.

Cada vez que las autoridades autonómicas o estatales, lo mismo me da, implementan alguna nueva medida restrictiva salta a la palestra al de poco tiempo la siguiente medida que están preparando. Si el toque de queda no es suficiente, confinamiento perimetral, si este no funciona, municipal, y si este tampoco cunde, domiciliario. Este último parece estar a la vuelta de la esquina y si no llegara a ser eficaz, tan solo nos quedaría rezar.

Entre tanto, el pesimismo de la población se extiende, la inseguridad por la crisis económica aumenta y las expectativas de que 2021 sea distinto al actual disminuyen. Hablas con unos y con otros y hasta los más optimistas te dicen que nos queda todavía un año de pandemia, por lo menos.

La especie de gripe que nos anunciaron está cambiando temporalmente nuestras vidas y puede que a medio plazo nos traiga derivadas no deseadas. La del control social por medio de las nuevas tecnologías ya está en pleno funcionamiento, pero vendrán otras que nos dejarán boquiabiertos.

Las relaciones sociales se están deteriorando por la imposibilidad de reunirse, de viajar, de abrazarse, de mantener un encuentro con personas no convivientes. A los niños y adolescentes se les están robando momentos cruciales de su desarrollo personal, ahora limitado por la distancia social y la mascarilla.

No podemos arrojar la toalla ni bajar la guardia en las medidas protectoras, por supuesto, pero sería de desear que las distintas administraciones hablasen con claridad a la gente, le dijesen la cruda realidad de la situación y propusiesen medidas que vayan más allá de las restricciones a la movilidad y a la libertad de movimientos y de horarios que ahora padecemos. No se piden milagros, pero si un poco de sensatez y de eficiencia en el manejo de los recursos limitados con que se cuenta. ⧫

  


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