La primera pandemia del siglo XXI (habrá más) ha puesto de moda diversos términos poco utilizados hasta el momento. Uno de ellos es asintomático. Dicese de la persona enferma que no presenta síntomas de la enfermedad que padece, aunque sea de manera virtual. Este misterio, aún sin resolver, conlleva el peligro de que un enfermo que no es consciente de su dolencia, transmita el virus de la covid-19 a las personas de su entorno, sin percatarse de ello.
No tema el lector, no voy a tratar del coronavirus y sus derivados, demasiados expertos nos alumbran con su sabiduría sobre el asunto. Lo que voy a hacer es trasladar la idea mágica de lo asintomático a la realidad social y política de Vasconia.
Es de creer que en los últimos años se han producido cambios importantes en el panorama político vasco-navarro, no todos ellos positivos. En general existe menos crispación, la gente vive con mayor tranquilidad y el diálogo entre las distintas fuerzas políticas se ha ensanchado. Sin embargo, esas presumibles ganancias vienen acompañadas de un evidente relajo en las permanentes reivindicaciones políticas y sociales que han estado presentes en nuestro país durante las últimas décadas.
De mantener las calles más encendidas de Europa hemos pasado a una situación en la que el mero hecho de que aparezcan unas pintadas en una pared provoca una catarata de reacciones, al menos en las redes sociales. Lo que era práctica habitual en este país, pasa a ser una rara avis, motivo de estudio sociológico de los expertos en politología y sus derivados.
Al mismo tiempo, se va configurando un perfil de personas de izquierdas, naturalmente progresistas, que no obstante renuncian a buena parte de las prácticas inherentes a su condición y se limitan a observar el panorama sin mayores expectativas. Son los que podríamos llamar rojos asintomáticos. Personas de una trayectoria intachable que no ven una salida inminente a las reivindicaciones históricas que han defendido y que ahora se limitan a sobrevivir.
Cuando se les realiza una PCR (Perfil Comunista Revolucionario) suelen dar positivo, gracias a las intensas lecturas de juventud de los clásicos: Marx, Engels. Lenin, Trotsky y hasta, si me apuran, Kropotkin o Malatesta, No se trata de un problema de infidelidad a la causa del cambio social, siguen defendiendo las mismas cosas, lo que ocurre es que no ven la manera de llevar a buen puerto el programa máximo, mientras que el mínimo les resulta poco ambicioso.
Incluso los más pertinaces consiguen contagiar el virus revolucionario a algún joven distraído, al que cuentan los episodios vividos en su juventud, en los tiempos heroicos en los que casi nadie se movía. La nostalgia les confunde y les lleva a creer que todo tiempo pasado fue mejor. Desconocen el axioma de que la historia tan solo se repite en forma de farsa, y pretenden dar lecciones a los pocos elementos que a día de hoy mantienen en alto las banderas de un socialismo posible que derrote al capitalismo de amazon y glovo que nos está devorando. ⧫
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