Estamos atravesando una crisis sistémica producida por un bichito insignificante. Un shock que debería hacernos reflexionar sobre la pequeñez del ser humano en este universo infinito que nos ha tocado en suerte. Somos tan poca cosa que cualquier debilidad nos pone en un serio peligro. Pero de todos modos, seguimos erre que erre, como si nada hubiera sucedido. Continuamos viendo el Tour, las regatas o el partido de fútbol del equipo preferido, como si tal cosa.
Y aunque cada día sabemos algún detalle más sobre la covid19, lo cierto es que es mucho más lo que desconocemos de ella. Apenas si sabemos de su existencia, de su mortalidad y poco más. Los científicos salen todos los días en los medios dando explicaciones, pero en realidad caminan sobre un terreno pantanoso, lleno de trampas, por el que resulta muy difícil avanzar. Todas las esperanzas están puestas en las vacunas, una pócima milagrosa que acabará con el bichito. Pero aunque así sea y resulten efectivas, es muy complicado que lleguen a tiempo para evitar la infección de cientos de miles de personas en todo el planeta.
No obstante, no es mi intención hablar de la pandemia, habrá ocasión de seguir haciéndolo, sino de creencias. En los cambios de milenio surgen los llamados milenaristas, que anuncian el fin de los tiempos basándose en el capricho de un calendario creado por el hombre para su gobernanza, pero que apenas tiene que ver con los designios de la naturaleza. Con motivo de las grandes pandemias históricas también se levantaban voces anunciando el final del mundo. Se equivocaron.
Ahora nos encontramos ante un rosario de terraplanistas, antivacunas, negacionistas, hippies trasnochados y neonazis, en una amalgama histriónica, que predica no se sabe muy bien el qué. No creen en la ciencia convencional, sino en la magia, las hierbas medicinales y los ungüentos maravillosos. Son los verdaderos antisistema del momento. Un peligroso cóctel que se escapa a los convencionalismos, a lo políticamente correcto y a las normas establecidas.
Los negacionistas no son cosa de ahora, siempre han existido. Negar la existencia de la esclavitud fue trending topic en su momento, como también lo fue el negar la existencia de los campos de exterminio nazis o de los gulags siberianos. Pero todo ello ha existido, para nuestra vergüenza como especie.
Y lo más curioso es que siendo pocos meten mucho ruido gracias a la atención que les prestan los medios, deseosos de incrementar sus audiencias tocando asuntos escabrosos, con morbo, como es el caso. Incluso este comentario en el blog les ayuda a hacer crecer la bola, que se hable de uno aunque sea mal.
En general se trata de personas de limitada instrucción cultural, pero en esa amalgama explosiva también se pueden localizar médicos, periodistas, tenistas o cantantes pop. La extravagancia como pose debe molar mazo en Instagram. Creen en las teorías conspiranoicas, en el eje del mal, en las alianzas de la gran industria tecnológica con el comunismo ruso-coreano. En fin, necesitan un aclaramiento general, pero no de cabello, sino de cerebro. Pero sí, en algo llevan razón, la información oficial es escasa, sesgada y tiende a ser una manipulación aterciopelada de la cruda realidad que vivimos. La falta de una información veraz, contrastada, científica siempre deja huecos para que proliferen los negacionistas de todo pelaje. ⧫
No hay comentarios:
Publicar un comentario