Si hablamos con propiedad, el Partido Socialista Obrero Español que hoy conocemos es una organización moderna, que se configuró como tal en el famoso congreso de Suresnes, a las afueras de París, en octubre 1974. En esa asamblea tomó el mando el grupo de Felipe González y Alfonso Guerra, quedando orillado el partido histórico que comandaba Rodolfo Llopis desde el exilio de Toulouse y que era fiel a la República.
A partir de ese momento y con la inestimable ayuda financiera de la socialdemocracia germana, el PSOE empezaría a moverse, tras décadas desaparecido, arrinconado por la actividad del PCE y otros grupos revolucionarios como el FLP. El PSOE apenas luchó contra la dictadura de Franco, salvo algunas excepciones como las de Ramón Rubial y Antonio Amat, pero a partir de la muerte del dictador ocupó un puesto de privilegio en el escenario político del Estado español.
El PSOE es el partido que más tiempo ha estado en el Gobierno desde la llamada Transición, ha sido clave en la instauración de la Constitución del 78, en la entrada del Reino de España en la OTAN y en la CEE, amén de protagonizar innumerables escándalos de corrupción, tanto económica (Filesa, Eres) como ética (GAL, tortura).
Y ahora viene la pregunta crucial. ¿Es el PSOE un partido de izquierdas? Si entendemos ser de izquierdas como estar implicado en el cambio del actual estatus socio-económico capitalista, no lo es. Al contrario, el PSOE es un soporte colosal del sistema vigente, al que a veces impregna de ciertas medidas de maquillaje para que no resulte tan repugnante a los ojos de la gente. Es una pieza imprescindible del régimen actual, de la monarquía y del llamado Ibex-35 empresarial.
Pedro Sánchez y Maria Chivite. Foto: noticiasdenavarra.com |
Siempre que se ha abierto un escenario de cambio, léase Navarra o Catalunya, ha optado por reforzar el estatus quo, en el primer caso apoyando a la Navarra foral, carca y española y en el segundo permitiendo la aplicación del artículo 155. Nunca ha mostrado dudas en esas circunstancias.
Ahora tenemos a la vista dos investiduras, la de María Chivite en Iruñea y la de Pedro Sánchez en Madrid. Existe toda una corriente de izquierdas que defiende, como mal menor, que los candidatos del PSOE alcancen los respectivos sillones. Vienen a decir que no se fían, pero que lo otro es aún peor.
En el caso navarro, además, con el añadido de que la candidata del PSN presume de no mantener contactos con EH Bildu, tras pergeñar un programa común con Geroa Bai, Podemos y Ezkerra, Pone a la formación vetada en la disyuntiva de apoyar, aunque sea con la abstención, a Chivite, o que se haga con la presidencia Javier Esparza, de UPN. Una manera de hacer política típica del PSOE, que esta vez se ve acompañado en su maniobra por los socios del anterior gobierno del cambio, que pactan con el PSN, dando por bueno el ninguneo a EH Bildu, su hasta ahora socio preferente.
En el caso de Sánchez, partidos como EH Bildu, ERC o Compromís barajan su apoyo al candidato del PSOE, aunque sea mediante la abstención, para evitar que regrese la derecha pura y dura. Mientras Podemos insiste en ejercer de muleta gubernamental a cambio de algunos ministerios, cavando su tumba como opción alternativa a la socialdemocracia descafeinada de Ferraz. Todos sabemos que el PSOE es el que es, que no va a derogar la reforma laboral, que no va a reformar la Constitución en sentido plurinacional, que no va a solucionar el asunto catalán, ni mucho menos abordar el conflicto vasco. Pero toda la izquierda, de una u otra forma, sigue la estela del partido de Sánchez, claro dominador del actual escenario político.
Las izquierdas ajenas al PSOE pueden apuntalar el poder de este partido para un nuevo ciclo político, esgrimiendo la teoría del mal menor para evitar la presumible llegada de las tres derechas. Probablemente lo harán, pero una vez encaramado en la Moncloa, que no esperen nada de Sánchez, que seguirá haciendo la política centrista que le caracteriza. Que nadie se llame a engaño, hoy por hoy decir que el PSOE es un partido de izquierdas es una exageración, una suerte de ilusión momentánea que conduce directamente a la melancolía. ⧫
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