Convendrán ustedes en que hablar de las próximas elecciones es una vulgaridad. Decía el malogrado Cesare Pavese que "trabajar cansa", pero lo que cansa de verdad es escuchar a tantos políticos profesionales esgrimir promesas, entreveradas de insultos al rival, que nadie se puede ya creer.
Por lo tanto dejo a los lectores que realicen su elección personal, allá con su conciencia, y paso a escribir unas pocas líneas sobre un fenómeno que no acaba nunca, el franquismo. Porque más allá de lo que ocurra con los restos del dictador, que a estas alturas me da casi igual, lo primordial es analizar con precisión el peso que aún hoy en día tiene el franquismo en nuestras vidas.
Porque el franquismo no es solo el falangismo de camisa azul, ni el tradicionalismo trasnochado, ni siquiera los franquistas declarados de su Fundación. El franquismo significa mucho más que todo eso, impregna la política del Estado español, contamina incluso posiciones de la llamada izquierda.
Y lo sigo llamando franquismo por entendernos, porque el franquismo existía antes de F.F. Bahamonde, se mantuvo en todo lo alto mientras tuvo un soplo de vida y siguió ensombreciendo nuestras vidas hasta el día de hoy. No se rompió en su día con él, como hizo el pueblo portugués con su Revolución de los Claveles, y de aquella reforma, que se hizo denominar Transición, provienen todos los lodos que nos salpican en el camino.
El franquismo, amén de político, es social. Impregna, en mayor o menor medida, a partidos politicos como el PP, Ciudadanos y Vox, pero incluso penetra en las mentes de dirigentes del PSOE, esos llamados barones, que prefieren una España azul antes que una rota. Y no son pocos.
El odio a las mujeres, a los inmigrantes, a los homosexuales es puro franquismo, el llamado franquismo sociológico que ampara a curas pederastas, que justifica a las manadas, que impulsa las agresiones a los gays. Un franquismo que manipula la historia de la Península Ibérica, que retoma la llamada Reconquista, uno de los mayores bulos de la historiografía hispana. En fin el franquismo que privilegia a los banqueros sobre el resto de los ciudadanos, que disculpa la corrupción, que jalea a quienes maltratan a los animales.
Estamos condenados a padecerlo muchos más años, porque su fuerza reside en que nadie le cortó el cuello en el momento debido. La mayoría silenciosa acudía cual rebaño a la Plaza de Oriente y eran una minoría los héroes del pueblo que luchaban contra la ignominia, un puñado de rojos y separatistas a los que se fulminaba llamándoles terroristas. Es curioso que se lo llamasen a los únicos que plantaban cara al terror de Estado del franquismo.
Decía el escritor austríaco Thomas Bernhard que el nazismo tuvo en su país un digno sucesor: el catolicismo. En su seno se refugiaron la mayoría de los criminales nazis. En nuestro caso el franquismo, ese fascismo de andar por casa, ha tenido dignos sucesores en la iglesia católica, en la derecha conservadora y autoritaria, en el Ejército y las fuerzas de seguridad, en la judicatura, en buena parte de la Administración estatal, Y no sigo porque la lista se hace interminable.
Como pequeña venganza hacia el causante de tanta desdicha -que podían haber sido otros, como Sanjurjo o Mola- he decidido no nombrarle por su primer apellido y llamarle Bahamonde, como el gran Melville hizo con Ismael. Llamarle Bahamonde, a ver si así nos lo quitamos de encima. ⧫
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