2018/11/25

Crimen y castigo

Pensarán algunas que este comentario va a versar sobre literatura, por su título dostoyevskiano, pero nada más lejos de la realidad. En esta ocasión quiero realizar una humilde reflexión sobre la deriva de cierta izquierda y cierto feminismo hacia posturas extremas en la reclamación de penas para los criminales.

Es entendible que una parte significativa de la sociedad se refugie en la maximización del castigo frente a delitos horrendos como la violencia machista, las agresiones sexuales o la pederastia. Pero una izquierda lúcida, confiada en sus propias fuerzas, no puede caer en esa desnaturalización de su ideología, comprometida con la defensa de los derechos humanos -incluso para quienes los atacan-, con la resocialización y con el derecho a una segunda oportunidad. 


Ahora que tanto se habla de populismo, una de las recetas preferidas de los sectores populistas-derechistas es la reivindicación de la pena de muerte, de la cadena perpetua -prisión permanente revisable-, en definitiva del ojo por ojo o de la vuelta a los linchamientos populares del western. Por ese camino, que linda con la venganza, no vamos a ningún sitio, o por lo menos a ningún sitio mínimamente respirable.

El secuestro y muerte de menores por parte de sujetos a primera vista indolentes, a veces con agresión sexual incluida, o la discutida sentencia de La manada, han sido casos mediáticos en los que una parte importante de la población se ha manifestado con rabia en la calle. En algunas de esas movilizaciones se ha defendido un endurecimiento del código penal para delitos como los citados. 



Ni el ensañamiento con las penas de cárcel, ni la pena de muerte, van a acabar con los delitos, ni con los delincuentes. El ejemplo de Estados Unidos es clarificador al respecto. La tarea de la izquierda no debe ser esa, sino la puesta en cuestión de instituciones como la propia cárcel, el manicomio o la misma policía. Puede que a cierta gente le resulte escandaloso oír esto, porque esas instituciones han venido a formar parte, de una manera cuasinatural, del inconsciente colectivo de la represión, pero tal vez sea hora de preguntarnos a fondo y con sinceridad, qué clase de sociedad queremos para nuestro país en el futuro.

No se trata de no castigar a los criminales, ya que mientras sigan existiendo habrá que controlarlos y penalizarlos. Se trata de hacerlo de otra manera, desde otra perspectiva. Aunque cueste asumirlo y a las víctimas y a sus familiares les duela, el más abyecto de los criminales debería tener la oportunidad de retractarse de sus crímenes, reconocer el daño causado, (en su caso devolver lo robado) y afrontar con decisión el largo y difícil camino de la resocialización. 

De no ser así, nos arrojaremos en brazos de los demagogos, de quienes antes pedían la pena de muerte para los terroristas de la ETA y ahora lo hacen contra los violadores. De quienes defienden sin rubor las ejecuciones extrajudiciales de yihadistas y enarbolan la bandera de la prisión permanente revisable -expresión que esconde la cadena perpetua- para los autores de crímenes contra menores. Reflexionemos un momento antes de caer en una deriva punitiva que sabemos dónde empieza, pero que ignoramos, a día de hoy, dónde puede terminar. ⧫

No hay comentarios:

Publicar un comentario