Rosario Murillo y Daniel Ortega. Foto: www.radiolaprimerisima.com |
Durante décadas, la izquierda europea, incapaz de poner en marcha procesos revolucionarios en el corazón del capitalismo, se ha dedicado, a modo de oenegé, a solidarizarse con procesos de cambio, hayan sido por la vía armada o electoral, que se han ido dando en América central y del sur. La frustración local quedaba consolada con las victorias ajenas en Nicaragua, El Salvador, Venezuela o Brasil. Era fantástico que todavía quedasen territorios donde era posible hacer la revolución. En algunas ocasiones se trataba tan solo de movimientos populistas o nacionalistas, eso sí anti-yankis, más que de verdaderos movimientos socialistas revolucionarios. En algunos casos se confundían los procesos de liberación con verdaderos caudillismos. Pero tampoco era cuestión de aguar el vino, todo valía a la hora de considerar que existían alternativas reales y concretas al capitalismo neoliberal rampante.
Por supuesto que no todos los izquierdistas europeos que han apoyado las revoluciones en otros continentes son como Règis Debray, una buena parte de ellos han sido consecuentes e incluso han dado la vida en luchas internacionalistas que les honran. No me refiero a ese sector de la izquierda, sino al mayoritario, que no ha sabido encontrar su sitio en Europa, y cuando lo ha encontrado, como es el caso de la Syriza griega, ha dilapidado su capital político en base a una especie de responsabilidad mal entendida. Tsipras dijo que salir del euro hubiera sido peor, pero ¿hay algo peor que traicionar el mandato directo del pueblo, que había dicho no a la humillación de la UE?
Ahora, esa misma izquierda evanescente, grita en público y se golpea el pecho por el drama de los refugiados sirios. Pero luego, en los ámbitos de poder, suscribe el ignominioso acuerdo con el régimen autoritario turco -perseguidor de kurdos y censor de diarios- para evitar la entrada de más refugiados. Turquía, a cambio de una ingente cantidad de dinero, se apunta a la labor de parar la hemorragia, convirtiéndose en el caravasar de Europa (y de la OTAN).
Una izquierda como ésta no es la mía. Una izquierda que se disfraza de solidaria y coherente por el día y por la noche hinca la rodilla ante el sacrosanto poder europeo. Alguna parte de ella incluso se atreve a denominarse radical, mientras firma el acta de defunción de la Europa democrática que alguien soñó alguna vez y que nunca se acabará de conformar. Porque la cohabitación entre el rapaz neoliberalismo y la verdadera democracia popular es tarea imposible.
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