La historia de los últimos cincuentas años está por escribir. Se necesita una cierta perspectiva en el tiempo para poder abordarla con un mínimo de claridad. Asistimos en estos tiempos a disputas y batallas sobre lo que realmente ha sucedido y cada agente implicado en la confrontación que se ha librado en Euskal Herria intenta hacer valer su posición. Es tan natural como la misma historia de la humanidad. Nadie está dispuesto, a priori, a renunciar a la posesión de la verdad, aunque ésta sea relativa y limitada, ya que la verdad absoluta no puede ser patrimonio de una sola de las partes.
Pasados ochenta años de la guerra civil siguen las controversias sobre el periodo republicano, el golpe de estado militar y el consiguiente conflicto bélico. Hay quien justifica el golpismo de Franco y Mola por la deriva revolucionaria del régimen republicano, mientras otros condenan a la derecha actual por no haber cortado con nitidez con la postura autoritaria y antiliberal de la derecha histórica española. Nunca se pondrán de acuerdo.
Por lo tanto, intentar que nos pongamos de acuerdo en lo aquí sucedido más recientemente es casi una utopía. Pueden darse ejercicios voluntaristas de una pretendida unidad en éste o aquel acto de desagravio o de recuerdo, pero cada tradición política mantendrá su mensaje sustancial, ya que de ello dependerá, en buena medida, su propia supervivencia histórica.
Cuestión distinta es que alguna de las tradiciones políticas del país renuncie a parte de sus perfiles ideológicos y vivenciales en aras a un entendimiento más amplio. En ese caso es posible que se pueda construir un mayor consenso sobre lo ocurrido en estas décadas, pero a cuenta de perder algunas señas de identidad importantes.
En ese sentido, la autocrítica es una herramienta muy citada en ciertos ámbitos del entorno del Gobierno Vasco. Una autocrítica, empero, siempre agitada para que sea realizada por otros y no por uno mismo. Se trata de un ejercicio de prestidigitación política muy socorrido, difícil de asumir desde una postura crítica con la realidad social vasca. Quien pide y hasta exige autocrítica a los demás, debería empezar por hacerla en su propia casa. A partir de ahí podríamos a empezar a entendernos. Mientras tanto, sigo acordándome de la penosa intervención de un lehendakari en la mañana del 11 de marzo de 2004. Hacer autocrítica de aquello podría ser un muy buen comienzo para empezar a construir un cierto espacio de entendimiento, en base a la autocrítica de todos y cada uno de los agentes involucrados, unos más que otros, en el conflicto.
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