2015/11/10

El espejo catalán

Durante demasiados años, algunos hemos observado el proceso político catalán con desgana, con un cierto distanciamiento y hasta, por qué no decirlo, por encima del hombro, pensando que el grueso del nacionalismo de ese país era encarecidamente autonomista y pactista hasta la naúsea. Era la época de Jordi Pujol, el honorable, un personaje maquiavélico en lo político y, según parece, obstinadamente apañado en lo monetario. 


Es cierto que existieron fenómenos ajenos al pujolismo rampante como el padre Lluís Maria Xirinacs, Terra Lliure o el PSAN, pero en todo caso se trataba de episodios minoritarios, balbuceos de un verdadero movimiento de liberación nacional como creíamos era el nuestro, el vasco. Existía una cierta simpatía por los núcleos independentistas, pero sin llegar a la atención que se brindaba a otros movimientos como el irlandés o el corso. 

Ahora nos encontramos con el estallido de un poderoso proceso soberanista, inimaginable hace tan solo cinco años, que ha desbordado las previsiones de los más optimistas. Un proceso que vive en su seno importantes contradicciones, como se está viendo en estos días en el Parlament, pero que ha llegado a un punto mucho más avanzado del que hubiéramos soñado en Euskal Herria. Tal vez se estrellen contra el muro español, pero lo recorrido hasta ahora ya tiene un inmenso valor político. 

Una de las contradicciones principales es el papel que juega en todo este cafarnaún catalán Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), el partido fundado en su día por Jordi Pujol a la sombra de Banca Catalana. Un partido que participó en la elaboración de la Constitución de 1978, mediante la presencia en su ponencia de Miquel Roca, que apuntaló a los gobiernos españoles de PSOE y PP siempre que les hizo falta ayuda, y que defendió sin tapujos los intereses de la burguesía catalana durante todos estos años. 

Un partido que ha protagonizado en sí mismo, y en la carne de dirigentes y destacados militantes, innumerables casos de corrupción, resumidos en el famoso 3% de Pascual Maragall. Un partido que ha dirigido el Gobierno catalán de los recortes durante toda la crisis económica sin que le temblara el pulso y que ha gestionado a su policía autonómica de manera más que discutible. 


Jordi Pujol y Artur Mas en 2003. www.la vanguardia.com

¿Puede un partido de semejante trayectoria liderar un proceso hacia la independencia? Parece ser que sí, dada la flexibilidad que en todo momento está mostrando ERC, su socio principal en Junts pel Sí, para no incidir en las dos principales llagas de CDC, la corrupción y los recortes, presumiblemente en aras de que el proceso soberanista no naufrague.

Ahora bien, la continuidad de Artur Mas, hijo político de Pujol, como el JFK del catalanismo del siglo XXI, pende ahora de los diez diputados de la CUP, formación  de la izquierda independentista que no parece estar dispuesta a tragar más sapos que los estrictamente necesarios. La postura de la CUP, por mucho que a ciertos abertzales les irrite, no es un capricho, sino una acción coherente con su trayectoria histórica en defensa de la emancipación nacional de los Països Catalans. Es más que evidente que el proceso puede seguir adelante sin Mas de presidente, pero no lo puede hacer sin la energía libertaria que le insufla la CUP.

El asunto no está cerrado y puede pasar cualquier cosa, pero lo ocurrido hasta ahora permite traer a Euskal Herria muchas e interesantes lecturas, en especial sobre el papel que la izquierda independentista juega en uno y otro país, su modelo organizativo, su política de alianzas y su perfil social. Pero también sobre la postura del nacionalismo institucional allí y aquí. Sigue habiendo sectores de la izquierda abertzale que aún confían en un entente con el PNV para impulsar un proceso hacia la independencia. La postura adoptada por el partido de Urkullu y Ortuzar hacia el proceso catalán es la mejor evidencia de que esa supuesta entente se queda en el mero terreno de los deseos, y está muy alejada de la realidad. 

Son algunas de las enseñanzas que nos muestra a bote pronto el espejo catalán, que se mueve en estas fechas a velocidad de vértigo. Habrá que seguir tomando apuntes y haciendo ejercicios de comparación, porque lo que está claro es que su nave se mueve y la nuestra, por desgracia, permanece encallada.   









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