El pasado 26 de enero se conmemoró el 150 aniversario del nacimiento de Sabino Arana Goiri, personaje forjador del moderno nacionalismo vasco bajo la leyenda "Euzkotarren aberria Euzkadi da". Quienes me conocen saben que no siento especial predilección por Arana, aunque no le resto méritos en lo concerniente a la concienciación nacional del pueblo vasco, en un momento de extrema dificultad como lo fue el que le tocó vivir.
Dejando a un lado aparcadas opiniones retrógradas y racistas, tal vez entendibles en aquella situación concreta, que no en el mundo actual, lo cierto es que Arana, sin entrar en detalles, fue un independentista coherente. ¿Cuál sería su posición política en el día de hoy? Es todo un atrevimiento insinuarla.
Lo que sí se puede colegir de la posición política de sus herederos, es que ésta se halla bastante alejada de la que defendió su ilustre fundador. El alma profunda del PNV, aún manteniendo cara al exterior algunas expresiones independentistas en días señalados, se alinea con mucha mayor comodidad en el autonomismo. Todo lo que hay detrás de su proyecto de nuevo estatus político no es sino un mero aggiornamiento de ese autonomismo por el que discurre la acción política del partido. La falta de simpatía por el proceso soberanista catalán es la mejor muestra de esa tibieza.
No se trata de que el partido que fundara Sabino Arana vuelva a sus orígenes. Sería una tarea tan hercúlea como imposible. Son los militantes de ese partido quienes fijan, con total libertad, su posición, y por ello es merecedora de todo el respeto. Se trata, sin embargo, de que exista una cierta coherencia entre la práctica diaria y los discursos ideológicos de fondo. Andoni Ortuzar, defendiendo con vehemencia la figura de Arana, se mueve en el terreno de la incoherencia y no lo necesita. El autonomismo es tan respetable como cualquier otra posición, sobre todo si eres un partido con 120 años de existencia.
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