En estos días de excesos, en los que parece que la crisis ha quedado relegada al cuarto oscuro, nos entretenemos en hacer balance del año que se va y en realizar prospecciones sobre el que recién arranca. Se trata de dos ejercicios inútiles. Nunca ha sido el calendario quién ha marcado el curso de los acontecimientos.
Recuerdo como a finales de 2013 muchos amigos se frotaban las manos con el argumento de que el fenecido 2014 iba a ser un año crucial para el destino de las naciones europeas sin estado propio. Ahí estaban, aguardando su oportunidad, Escocia y Catalunya. Luego, sin duda, llegaría el turno de Euskal Herria (perdón Basque Country), o lo que quedase de ella.
En Escocia se celebró la consulta con un resultado apreciable para los partidarios de la independencia, pero en todo caso insuficiente. La coalición unionista vertebrada por los tres grandes partidos británicos se salió con la suya y David Cameron dio a entender que era un demócrata de los que ya no se estilan.
En Catalunya, empero, no hubo consulta formal, sino un remedo de ella que no consiguió movilizar sino a los convencidos de la independencia. La mayoría de los catalanes, hay que reconocerlo, se quedaron en casa el 9-N. Las fuerzas independentistas cumplieron con su papel, pero el proceso se encuentra, a día de hoy, ciertamente estancado. Puede que pronto haya elecciones, pebliscitarias o no, pero el horizonte de la consulta decisoria parece alejarse un tanto.
En casa, donde hasta la Euskal Selekzioa se reivindica en el idioma de Shakespeare, seguimos por un igual. No se dan avances en la configuración territorial del país, asunto decisivo a mí entender, ni tampoco en el entendimiento entre fuerzas distintas. En este terreno más bien parece que se va hacia atrás. a pocos meses de las elecciones locales y forales, incluidas las autonómicas navarras.
Los dos grandes polos del abertzalismo histórico, autonomistas y/o independentistas, disputan espacios electorales en torno al intrincado proceso de paz y al eje socio-económico, leáse fiscalidad, Kutxabank, gestión institucional... Se marcan distancias y da la impresión de que nada importante ha ocurrido desde Txiberta. Seguimos prácticamente igual.
La novedad, aún por cosificar, se llama Podemos-Ahal Dugu, una fuerza emergente de carácter estatal y situada a la izquierda, que puede arrebatar votos a las fuerzas realmente existentes hasta el momento. A todas ellas, pero a unas más que a otras, incluida EH Bildu.
La participación institucional (una Diputación y decenas de ayuntamientos) suele derivar en realismo político, justo lo que combate con agresividad Podemos, que quiere ganar y cambiarlo todo, sin esperar el permiso de nadie. Su desafío gusta a muchos desencantados y aunque las encuestas tienden a inflar sus resultados, puede desbaratar el actual panorama político vasconavarro.
El turrón y el cava de estos dias no es capaz de esconder la realidad de una crisis que no ha concluido, ni mucho menos. La batalla social es, por lo tanto, decisiva. Ahí es dónde se va a librar la disputa en los próximos meses. Quién acierte en situar la salida de la crisis en beneficio para las amplias capas trabajadoras y populares, tendrá medio camino realizado.
@joxerrabustillo
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