Existe una costumbre casi ancestral por la que los políticos realizan sus anuncios importantes fuera del territorio que administran, cuanto más lejos mejor. De todos es conocido que muchos presidentes y ministros se sienten más cómodos ante la prensa neoyorkina que ante la local. Es comprensible.
El pasado viernes 11, el lehendakari Iñigo Urkullu eligió New York para informar a su ciudadanía de que el horizonte de resolución se retrasa hasta 2020. En un hábil discurso logró unir en una misma fecha la consolidación de la paz, el derecho a decidir y el tercer puesto mundial en desarrollo humano, entre otras cuestiones.
A priori, puede parecernos una fecha lejana. Acostumbrados a la inmediatez de la bronca política diaria, esperar siete años se asemeja a aparcar la cuestión hasta que vengan mejores tiempos. Sin embargo, dada la actual situación de Euskal Herria, fragmentada territorial y políticamente, en la que en cada ente administrativo gobierna una fuerza política diferente, tal vez sea prudente arreglar la casa por dentro antes de ponernos a pintar la fachada y colocar la ikurriña en el mástil.
Poner en marcha una consulta autodeterminista es un proceso costoso, no en lo económico, que también, sino en lo social. Es necesaria una labor de hormiguita, de hermanamiento, de búsqueda de empatías, de tranversalidad en el tejido político, que dista mucho de estar realizada. Y eso sin entrar a valorar cuestiones como que la CAPV y la CFN siguen en las antípodas institucionales, sin ningún nexo de relación. O que el posible voto soberanista en ciertas áreas del país, y no señalo ninguna en particular, apenas alcanza el 5%.
He de reconocer que la primera reacción ante la nueva fecha puesta sobre la mesa por Urkullu fue de enfado. El típico, ya estamos otra vez reculando. Pero analizado el asunto con un mayor detenimiento, hay que considerar que lo más importante no es la fecha en sí, en todo caso orientativa, sino la voluntad o no de llevar a cabo el plan.
Si en el seno del PNV existe la intención de seguir adelante con la consulta sobre el derecho a decidir, si hay un consenso interno suficiente para mantener la apuesta, no sería un drama esperar un poco más. Lo temible es que se trate, una vez más, de enarbolar un señuelo para que las bases de la formación jeltzale, sus miles y miles de apoyos, continúen esperanzados en ese horizonte, sea el 2015 o el 2020, y puedan dormir tranquilos otra temporadita. Un horizonte virtual para la realización de un objetivo programático irrenunciable, pero que nunca se alcanza porque siempre hay asuntos urgentes que lo retrasan.
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