2011/02/20

Una larga travesía

La izquierda abertzale está consiguiendo, gracias a la adopción de buenas dosis de pragmatismo, ampliar su campo de juego, concertar acuerdos con otras fuerzas, recabar apoyos exteriores hace poco inimaginables y situarse de nuevo en el centro del tablero político vasco. Si tenemos en cuenta que estamos hablando de una fuerza política ilegalizada, no es mal balance. Algunos pensarán que el precio es alto, pero en política, lo queramos o no, lo que vale son los resultados. Es encomiable mantener los principios y sortear las tormentas sin variar el rumbo, pero aunque sostener la nave a flote tiene su mérito, en esta historia se trata de alcanzar el puerto, o por lo menos de ir acercándose a él.

Es evidente que estamos viviendo unos momentos de indudable trascendencia en la evolución de la situación política del país. Es probable que el prolongado bloqueo de los últimos años, agudizado por el fracaso del anterior proceso de paz, esté a punto de concluir. Pero nada está escrito y ya estamos acostumbrados a que surjan acontecimientos inesperados que vuelven todo al punto de salida. Por lo tanto, es necesario vacunarse con una generosa dosis de paciencia, una virtud que, según dicen, es revolucionaria.

Llevamos meses oyendo las exigencias que se solicitan a la izquierda abertzale desde instituciones o partidos políticos. A cada paso que se da, surgen nuevas peticiones. Parece una carrera interminable, una travesía que no tiene fin. Desde el interior de esa izquierda abertzale se puede tener una sensación agónica, al entender que ya se han hecho todos los esfuerzos necesarios para alcanzar la meta, después de un largo maratón, y que cuando la cinta de llegada está a la vista, se coloca de nuevo más lejos. Un ejercicio inagotable que puede tener como objetivo crear divisiones y acabar con la paciencia de la militancia. Es cierto que ante otras transiciones políticas, el nivel de exigencia no ha sido tan elevado. Probablemente sean los estatutos de Sortu los que van más allá en la separación de cualquier asomo de connivencia con estrategias violentas. Si quienes tanto exigen a Sortu tuvieran ante sí los estatutos de PNV, PSOE o Aralar, tal vez deberían llevarlos ante la Fiscalía, para que esta actuase en aplicación de la Ley de Partidos.

En un principio se pidieron unos estatutos impólutos. Una vez que se han presentado, se dice que no todo debe basarse en los estatutos, sino que hay que analizar las trayectorias, las personas, las posibles conexiones, etc. Asistimos a un ejercicio de cinismo político sin precedentes. Porque se pide a una fuerza ilegalizada que se integre en la legalidad, y cuando da el paso en forma de nuevo proyecto, se le acusa de continuidad con la fuerza ilegalizada. Es un dilema irresoluble que impediría la evolución política de cualquier colectivo.    

Pese a todo, no conviene enredarse en el corto plazo, ni tan siquiera en las importantes elecciones forales y locales que se avecinan en mayo. La reflexión abordada por la izquierda abertzale va mucho más allá de esa fecha y trasciende en importancia sobre cualquier cita electoral en el futuro. La apuesta se basa en el trabajo exclusivo en la lucha ideológica, institucional y de masas, en la utilización de vías políticas y democráticas, por supuesto pacíficas, hacia la consecución de una Euskal Herria libre y socialista. Una travesia que se adivina larga y sinuosa, pero a la vez atractiva e ilusionante. Ni la Ley de Partidos, ni la Fiscalía, ni los tribunales van a conseguir frustar esa aspiración popular, democrática y legítima. Podrán retrasarla un tiempo, si se empeñan en la actual cerrazón, pero no hay muro que resista ante el empuje de una mayoría social. Lo que está aconteciendo en el norte de Africa es un buen ejemplo.

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