2019/10/31

Náusea

Los niveles de degradación que está alcanzando la clase política facilitan la extensión de la náusea que embarga a buena parte de la población. El bien común, humilde objetivo de cualquier ciudadano, se ha convertido en algo etéreo, delicuescente, ya que las prioridades residen en otras latitudes. La preocupación por lo común, lo comunitario, lo público, ha dejado paso a la preocupación por lo individual, por lo particular, por lo partidista. 


Casado, Iglesias, Sánchez y Rivera. Foto: www.rtve.es

Aunque siempre resulta injusto generalizar, la clase política, instalada en su mundo de entrevistas, actos públicos y comentarios en Twitter, deja mucho que desear y hasta en los grupos que se dicen alternativos se da paso paulatinamente a la profesionalización, paso previo al alejamiento del pueblo y al enquistamiento institucional. 



No se trata de hacer demagogia barata y decir que todos los políticos son nefastos, corruptos y abominables. Pero lo cierto es que la falta de asunción de sus verdaderas responsabilidades es abrumadora. Políticos de avión y rueda de prensa deberían quedar sustituidos por otros que pisen la calle y dialoguen con la gente de tú a tú, sin paternalismos, ni enmascaramientos.

No vamos a descubrir nada nuevo si decimos que existe una reminiscencia franquista en buena parte de la clase política. El régimen del general gallego impregnó a la sociedad de unos valores ultraconservadores, nacionalcatólicos y españolistas, que siguen presidiendo la actuación de muchos políticos, incluso en la izquierda.

Ese afán terrorífico de acabar a palos con la insurgencia en Catalunya no es sino una reencarnación franquista que exhiben con diferente grado de entusiasmo los Sánchez, Abascal, Casado, Rivera (y estos días hasta el propio Alberto Garzón, que se autodefine, al estilo cantinflas, de comunista).

Casos como el de la presidenta navarra Chivite, incapaz de asistir en Tudela a la fiesta de la ikastolas, amedrentada por la jauría de Navarra Suma, son otro ejemplo de la poca personalidad de los políticos, abiertos antes a cualquier maniobra de equilibrismo imposible, antes que a cortar el nudo gordiano navarro con un buen espadazo y decir: "Aquí estoy yo para lo que haga falta".

 Asombro me ha causado asímismo la candidatura de Txema Urkijo Azkarate, "burócrata de la paz y los derechos humanos", encabezando la lista de Más País por Bizkaia, con la escolta añadida de otros miembros de la fenecida coordinadora Gesto por la Paz, al parecer principal vivero de entusiastas errejonistas en el territorio vizcaino.

Urkijo ha sido asesor para las víctimas del terrorismo y responsable de derechos humanos con tres lehendakaris consecutivos: Ibarretxe, López y Urkullu, así como ha desempeñado similares tareas bajo las órdenes de Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid. Un candidato ideal para representar las refrescantes ideas políticas del señor Errejón, el político del Estado español que con más determinación se mira a su propio ombligo neopopulista.  

Incapaces de llegar a acuerdos en el parlamento estatal para conformar un mínimo gobierno, aunque sea de seudoizquierda; incapaces de abrir una vía de arreglo para la insurgencia que protagonizan más de dos millones de catalanes; incapaces de derogar la reforma laboral o de frenar la especulación con las viviendas en alquiler, todavía tienen el rostro de hormigón armado de invitarnos a que vayamos otra vez a votarles. 

Como decía al principio, la náusea recorre las gargantas de millones de personas, pero no será suficiente para colapsar el sistema de votaciones instaurado en la llamada Transición. Con el cuerpo pidiendo a gritos una abstención activa, al final, como siempre, acudiré a depositar unas papeletas verdes en las urnas. Se trata de la última esperanza antes de que la náusea nos devore definitivamente. ⧫  

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