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2019/03/21

Las incoherencias de Domingo Arriola

Una vez que la novela se da a la imprenta, el autor se desentiende de ella, la considera algo del pasado, incluso ajeno a su propia acción. Lo que motiva al autor es lo que está escribiendo en ese momento, otra novela, un dietario, un artículo de prensa, lo que sea, pero no la novela editada que asoma en los escaparates de las librerías.

Es el lector quien toma el relevo del autor y al leer las páginas de la novela, al enfrentarse con los personajes, quien insufla de vida al texto, quien lo concreta, quien le pone rostro y vestimenta al protagonista. El libro es ya tarea del lector (y en su caso del crítico literario, que es un lector avezado). El autor del texto ya no tiene ninguna tarea respecto al mismo, salvo la de presentarlo al público, como ahora me corresponde a mí hacer. 

Ahora bien, el autor es quien pone los raíles por donde debe circular el ferrocarril y en ese sentido tiene que hacer lo posible para permitir que el lector tome parte en el juego. Es por ello que prefiero los personajes ambiguos y los finales abiertos. La escala de grises en vez del blanco y negro. Nadie es bueno-buenísimo, ni malo-malísimo, sino que tiene fases en uno u otro sentido, por lo tanto hay que dar pie a que surjan los matices.