Un año más, cuando se acerca el 31 de diciembre, nos viene a dar por hacer un repaso del año que se acaba. Es un ejercicio muy socorrido en los periódicos para rellenar páginas cuando no hay noticias que echarse a la espalda. Son días insípidos, por no decir tontos, en los que sacamos fuerzas de flaqueza para decirle al vecino, sin mucha convicción, urte berri on!
Los ministros informan de la reforma laboral. Foto: lamoncloa.gob.es |
Después de dos larguísimos años de pandemia en los que hemos viajado en una destartalada montaña rusa de andar por casa, ola arriba, ola abajo, vamos a entrar en el tercer año triunfal sin certezas de qué ocurrirá en estos doce meses que componen 2022. Hay gurús que pronostican un final abrupto de la pandemia, con caída espectacular de los contagios, mientras otros aseguran que hasta 2024 seguiremos respirando aire filtrado por la omnipresente mascarilla azul, entre otras incomodidades, restricciones e iniquidades varias.
Aprovecho estas líneas para confesar que estoy saturado de las informaciones sobre el covid, que quiero que pasen cosas distintas a la pandemia, que necesitamos tener la cabeza ocupada en otros menesteres, como leer a Paul Auster, a la premio Nobel Wislawa Szymborska, a Santiago Alba Rico o al amigo Luis Puicercús Vázquez. O ver películas sobre guerras nucleares o asistir a un concierto de LA M.O.D.A. o de Joseba Tapia. Lo que sea antes de seguir hablando de contagios, fallecidos, PCR, vacunas, antígenos y demás jerga pandémica.
Pero no quiero aburrir al lector con disgregaciones sobre la pandemia, no es ese el objetivo de este artículo. Lo que quiero comentar es que ha pasado un año y las condiciones de vida de la generalidad de las personas, no ha mejorado. Por mucho que nos quieran vender desde "el gobierno más progresista de la historia", lo cierto es que la socialdemocracia da lo que da. Las grandes trasformaciones sociales, políticas y económicas nunca van a venir de una acumulación de pasitos, cada vez más cortos, hacia el objetivo final que nunca se alcanza. Las grandes transformaciones requieren de una gran acumulación de fuerzas populares, por no entrar en detalles, cuestión que hoy por hoy está lejos de producirse.
El reformismo es una escuela política que cuenta con millones de seguidores y tiene unos fundamentos teóricos muy sólidos. Lo que ocurre es que en esa larga marcha hacia la utopía que nos proponen, nos vamos dejando no solo nuestra vida, que hasta se puede entender, sino la de nuestros antepasados, y lo que es peor, la de nuestros descendientes.
Así, en un proceso que se repite con exactitud matemática, se pasa de la derogación total de la reforma laboral del PP, a una suerte de mejoras que son aceptadas por la patronal y aplaudidas por quien fuera ministra de la cosa en aquel momento, Fátima Bañez. La actual ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, intentará vender el acuerdo como un paso trascendental para la clase trabajadora, pero ella sabe mejor que nadie que eso no es verdad. Que el eje central de la reforma de Rajoy, la llamada flexibilidad laboral, se mantiene intacta. Y que en todo caso, no se ha derogado esa reforma neoliberal, como han reconocido ERC y Bildu. Veremos cómo se sitúan al final estas formaciones, que hasta ahora han sostenido el Gobierno en todos los grandes temas parlamentarios.
Paralelamente, los sindicatos vascos, ELA y LAB, han criticado la reforma de la reforma porque no ha tenido en cuenta el marco vasco de relaciones laborales, una demanda histórica nunca atendida por Madriz. Si "el gobierno más progresista de la historia" no la asume, se ve difícil que en el futuro se conquiste esa aspiración central del sindicalismo vasco. Seguiremos atentos la evolución de los acontecimientos, ahora que la convocatoria de una huelga general ha acabado por diluirse por diferentes motivos que no vamos a comentar en estas líneas.
En el plano más político se van moviendo algunas cosas, aunque no sabemos hacia dónde lo hacen. EH Bildu ha matizado su política de oposición, facilitando con su apoyo o su abstención la aprobación de los presupuestos de la CAPV, Navarra y el Estado español. Un cambio de paradigma que puede obedecer a una disposición táctica en busca del ensanchamiento de su espacio político o bien a una apuesta estratégica para disputar al PNV y al PSN la centralidad política en ambas comunidades autonómicas. Habrá que observar con detenimiento los movimientos que se vayan produciendo en ese terreno.
Por otro lado, la declaración de Aiete realizada por los máximos responsables de EH Bildu y Sortu, Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez, intenta abrir espacios en la disputa por el relato, haciendo concesiones en el reconocimiento del sufrimiento de las víctimas de ETA. Un paso que unos consideran valiente, otros una traición y muchos lo ven como insuficiente. Suele ocurrir en este tipo de procesos, que cada paso que se dé, por importante que sea, se considerará insuficiente, exigiendo ir aún más allá. Y una vez que se entra en ese discurso es muy complicado salirse de su dinámica y evitar el surgimiento de contradicciones entre los propios seguidores. La renuncia del colectivo de presos políticos a los recibimientos públicos a la salida de prisión viene a corroborar con hechos la declaración institucional previa.
En definitiva, concluye otro año triunfal para los intereses de la clase trabajadora vasca y mundial, en el que hemos estado bien entretenidos con la pandemia, hemos visto limitada muy seriamente nuestra capacidad de movernos, de confrontar con el poder, de marcar la agenda social. Y a la vez nos hemos visto contaminados por una suerte de alianza antisistema de personas de izquierda radical y extrema derecha, integrada por negacionistas, antivacunas, conspiranoicos y terraplanistas que pretenden enarbolar la bandera de la libertad, al igual que hizo Ayuso en Madriz, en un ejercicio de obsceno populismo que ha llegado a nublar la vista hasta a visionarios del rock radikal patatero que habíamos tenido por lúcidos hasta antes de ayer. Lo dicho, URTE BERRI ON! ⧫
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