No tengo ninguna intención de ejercer de vulcanólogo, pero me inspira el título de la novela maldita de Malcolm Lowry. La actividad de volcanes como el Tajogaite o el Etna invitan a una comparación entre la actividad de la naturaleza y la de una sociedad, en nuestro caso la vasca. Una erupción volcánica escupe magma incandescente, expulsa cenizas a la atmósfera y provoca continuos movimientos sísmicos. Es un fenómeno hipnótico, por un lado, pero por otro resulta muy dañino para la población cercana, a la que despoja de vivienda, tierra agrícola, trabajo, sistemas de comunicaciones y servicios varios, como escuelas o parroquias. No es ninguna broma.
Volcán Tajogaite en La Palma. Foto: puentedemando.com Nestor Glez |
Al igual que los volcanes, las revoluciones (o grandes transformaciones sociales) tienen sus lados buenos, en cuanto acarrean arrojar a la cuneta el sistema anterior, injusto y autoritario, pero también ocasiona sufrimiento, pérdidas humanas y cuantiosos daños económicos. Ninguna mejora social, a lo largo de la historia, ha salido gratis. Conviene no olvidarlo.
En el caso de Euskal Herria o Vasconia, dejando a un lado las guerras carlistas y la del 36, que tanto sufrimiento ocasionaron, hemos vivido durante los últimos sesenta años bajo el volcán. Es decir, cabalgando sobre un conflicto político sin resolver, que una vez apagado el primigenio volcán, sigue sin despejarse. Ya no hay lava, no hay coladas, ni fajanas, pero el conflicto sigue ahí, delante de nuestras narices. Amén de que sigue habiendo 200 presos políticos relacionados con la organización clandestina ETA en las prisiones españolas y francesas. Una derivada aún sin resolver.
En algunos escritos leídos estos días, pertenecientes a la literatura soberanista, se reconoce la pérdida de la referencialidad de Euskal Herria en los últimos años. La pérdida de la identidad nacional vasca, en el caso del sur, subsumida en una realidad político-mediática cuyo centro de gravedad ha pasado de la plaza del Castillo de Iruñea a la madriñelísima Puerta del Sol. Se habla más en la EiTB de Isabel Díaz Ayuso que de los asuntos domésticos que nos atañen. Mal, muy mal.
Bien es verdad que a ese cambio de ejes, de aquí a Madrid, está contribuyendo el papel estelar de PNV y EH Bildu en el Congreso español. Lo del PNV viene de lejos, pero lo de EH Bildu es una novedad. La izquierda abertzale ha pasado de no acudir al parlamento hispano, a protagonizar ahora debates e intervenciones en medios y redes sociales. Da la impresión que no se está en Madrid de paso, sino que se va normalizando la asistencia, convirtiendo la excepcionalidad en una rutina.
Pero todo ello no sería relevante, si no viniese acompañado del continuo enjuague con el gobierno de coalición PSOE-Podemos, pretendidamente el más progresista de la historia. Un gabinete que ni siquiera es capaz de derogar la nefasta reforma laboral del PP. Mientras la comunista Yolanda Díaz afirma que no es técnicamente posible hacerlo, Nadia Calviño, que representa en el gobierno de Sánchez los intereses de la UE, habla de corregir la reforme. Y así, casi todo.
Pasar de una confrontación a cara de perro, de naturaleza volcánica, a otra de tipo más institucional y de masas, no es tarea sencilla. Son necesarios años para que la famosa ciaboga se concrete en una nueva vía hacia la liberación nacional y social del pueblo vasco. A tanto ya llegamos, no somos impacientes en ese sentido. Lo que preocupa es que la llamada confrontación democrática no acaba de aparecer y en los mentideros vascos se habla mucho de un futuro tripartito Bildu-PSE-Podemos, sin que desde la primera de las formaciones se ataje al momento esa posibilidad, siquiera como mera hipótesis de trabajo. Ellos tendrán reticencias, por supuesto, pero también los demás las tenemos. Hace escasas fechas se ha publicado un libro con las libretas de Manglano, director del CESID, en las que se reconoce que el ministro del Interior del PSOE, José Luis Corcuera, estaba detrás del envío de cartas bomba a ediles de Herri Batasuna en 1989, dos años después de clausurarse el GAL. Una de esas bombas, dirigida a un concejal abertzale de Errenteria, acabó con la vida del cartero José Antonio Cardosa González. ¿Alguien del partido socialista va a asumir alguna responsabilidad al respecto? Me temo que va a ser que no.
Quienes me conocen un poco saben que no soy partidario de los odios cainitas, en este caso al PSOE, pero tampoco de los idilios políticos de los que se puede salir trasquilado. Soy consciente que detrás de todo se juegan otras cuestiones importantes, a las que no se debe aludir, ni siquiera en reuniones internas a prueba de correos y diarios. Seamos disciplinados, entonces. Pero cuidado con apostar casi todo a la vía institucional, dejando la confrontación democrática para la segunda parte del partido, Puede ser demasiado tarde para remontar. ⧫
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