Lo que todo el mundo conoce en este país como izquierda abertzale, que va mucho más allá de unas u otras siglas partidarias, atraviesa un periodo complejo, que algunos pudieran achacar a una crisis de madurez y otros a un cierto desleimiento de sus perfiles históricos. En cualquier caso sería de necios negar la evidencia, esto es, la existencia de un malestar, más o menos extendido, con el accionar político llevado a cabo en los últimos tiempos.
La experiencia institucional dentro de entes tan emblemáticos como la Diputación de Gipuzkoa o el Ayuntamiento de Donostia ha creado contradicciones, pese a que, en general, la gestión llevada a cabo ha sido notable. Sin embargo, parte de la ciudadanía que había dado su apoyo a la coalición EH Bildu, se lo ha retirado en esta ocasión en ese territorio. Así de sencillo.
El problema es detectar qué parte de la ciudadanía ha tomado esa decisión. Si el disenso se ha producido por haber avanzado demasiado rápido con el programa o, por el contrario, por haber sido excesivamente pragmáticos en la gestión, dejando para más adelante cuestiones nucleares de la ideología de la izquierda abertzale. Algunos cualificados portavoces de la coalición han asegurado que se trata de la primera hipótesis y es posible que tengan razón. Pero también lo es que estén equivocados.
Una de las claves que se valora muy poco por los analistas, es el grado de satisfacción del votante con la papeleta que introduce en la urna. No es lo mismo votar a una determinada fuerza política con ilusión, que hacerlo por rutina o porque no queda otra opción aceptable. Tengo la sensación de que en esta ocasión, parte de los votantes tradicionales de EH Bildu han emitido su voto con una cierta resignación, por fidelidad a un ideario, pero sin simpatizar en sumo grado con la propuesta política concreta de la coalición en esa coyuntura.
Lo más grave de este supuesto es que se ha venido a producir en medio de una enorme crisis económica y social, a la que no se ha sabido hacer frente con propuestas alternativas de alcance y con una movilización sostenida en el tiempo que impulsase la creación de nuevos frentes de lucha contra el discurso único liberal/socialdemócrata. Se ha perdido una ocasión propicia para aunar voluntades transformadoras, marcando el terreno a un centro-derecha autóctono que se ha sentido más cómodo que nunca, como atestiguan sus brillantes resultados electorales, incluidos los de Nafarroa Garaia.
Cada equis años la izquierda abertzale adopta una forma propia de comunicar su mensaje. En los ya lejanos ochenta se hablaba de luchar para vencer, con claros ecos sandinistas. Ahora estamos en el derecho a decidir. Un derecho a decidir que han ejercido recientemente las mujeres y hombres de Grecia y que no les ha servido para nada. Está muy bien hablar y debatir sobre soberanía e independencia, pero debemos tener en cuenta los mensajes de advertencia frente a las aventuras transformadoras que se lanzan desde la Unión Europea. A día de hoy, en su seno no son posibles políticas económicas alternativas a la única existente, la de la austeridad y los recortes, la receta neoliberal rampante. Una nación puede poseer Estado propio, como Grecia, y no ser soberana en sus decisiones, porque está atada de pies y manos por la Troika paneuropea.
Ante este tipo de situaciones es necesario poner en marcha respuestas que estén a la altura. En Europa están pasando cosas. Han pasado en Escocia, están pasando en Catalunya, pero también en el seno del Partido Laborista británico o en el de Syriza. Debates en clave nacional, pero también en clave social. No se puede centrar todo el discurso en un frente y dejar desnudo el otro, y viceversa.
Y hablando de frentes. Para poner en marcha ese frente amplio del que tanto se comenta en estos últimos meses, hay que dialogar con la gente, poner sobre la mesa los temas importantes, y sacar las debidas conclusiones. Hablar sin límites, de todo lo que haga falta, y ponerse de acuerdo en lo fundamental. ¿En una Euskal Herria independiente habría posibilidad de llevar a cabo una política real de izquierda, con reversión de las privatizaciones realizadas y la nacionalización de sectores básicos como la energía o el transporte? No es momento de mirar hacia otro lado, hay que dar respuesta a las cuestiones clave. Poner en valor un amplio frente, más allá de siglas, sumando gente de diversas procedencia e ideología, en el que participe todo aquél que quiera cambiar el actual estado de cosas, dominado por un capitalismo feroz.
Podemos dedicarnos a aplaudir lo que hacen los demás en Escocia o en el Principat catalán, pero sin caer en el mimetismo. Es necesario construir un proceso propio, soberano y decisorio, que ponga las bases para un futuro de mujeres y hombres libres en una tierra libre. Podemos empezar por hincarle el diente al debate sobre la UE (seguir dentro o salir), la moneda única o el corsé ideológico de la doctrina comunitaria europea, desde Maastricht hasta Lisboa, pasando por el mismo Tratado de Roma.
La izquierda abertzale adoptó en su día una estrategia exclusivamente política. Pero una política que debe escribirse con mayúsculas. Hágase sin reparos y seguro que quienes han retirado momentáneamente el apoyo a ese proyecto lo volverán a otorgar ante la perspectiva de un futuro proceso libertario en lo social y en lo nacional.
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