2015/03/19

Más allá de las elecciones

¿Hay algo más inocuo que una campaña electoral? Por supuesto, la siguiente campaña electoral. Tras las inminentes elecciones en Ipar Euskal Herria, la Euskadi Continental de nuestros tiempos juveniles, llegarán en mayo los comicios forales y municipales. Luego, se dice que en noviembre, las llamadas elecciones generales en el Estado español. Todo un cúmulo de discursos y urnas que en los medios estatales se irán entrecruzando con las elecciones en Andalucía primero y en Catalunya después. 

Pese a que oficialmente la campaña debe durar quince días, todos los partidos y coaliciones están enfrascados en ella desde hace meses. Quienes gobiernan, enseñando sus aciertos; quienes están en la oposición señalando los desaciertos de quienes gobiernan. Es todo tan repetitivo, que llega a cansar, incluso a quien muestra un elevado interés por las cuestiones que afectan al común, que no otra cosa es la política. 


Itxaso Atutxa y José María Gorroño se saludan.
Todos los agentes implicados se empeñan en convencernos de que los resultados que arrojen las urnas serán decisivos para el futuro de los ciudadanos, del pueblo o de la gente, que de esas distintas formas se denomina a los de abajo. Luego resulta que no es para tanto. Los que están más a la derecha incumplen su programa de gobierno para no molestar al centro, que es donde al parecer están los votos. Los que ya son de centro, siguen erre que erre. Los más a la izquierda moderan su acción política al llegar al gobierno de la institución que corresponda, en aras a la responsabilidad y en la búsqueda de la llamada centralidad, elegante manera de nombrar al reformismo de toda la vida.

Los cambios profundos no se ven por ningún lado. Pasa la legislatura, cuatro largos años, y la vida de la gente no ha cambiado en absoluto. Y es que por encima de ideologías, proyectos, programas e intenciones de unos y de otros, se eleva el sacrosanto Sistema, capaz de cautivar al PCE de Carrillo, a las revoltosas Comisiones Obreras y, me temo, a los bienintencionados de Syriza y Podemos. Esperemos que la izquierda abertzale se libre de semejante maldición. Para ello tendrá que mantener firmes los principios históricos de socialismo e independencia.

Y es que el Sistema es una nube de fuerzas en las que toman parte las cúpulas de los grandes partidos, (léase PP, PSOE, CiU, PNV, UPN, UPyD), las principales empresas del Ibex 35, los poderes militares y policiales, los servicios de inteligencia y diplomáticos, las grandes instituciones económicas, sociales y judiciales, los sindicatos mayoritarios y todo aquel que se quiera apuntar al principio de la estabilidad: No conviene cambiar lo que funciona bien (para sus intereses particulares). 

Es ésta la principal corrupción que padecemos. Una corrupción ideológica y de principios, que mantiene intacto el estatus quo monárquico y centralista salido del pacto constitucional de 1978. Un pacto que cierra el camino a la reforma profunda del Sistema y que si en algún momento llegase a permitir alguna reforma, sería en grado de maquillaje con el fin de reforzar y revitalizar el acuerdo originario, causante de la mayoría de males que hemos padecido en estos últimos 35 años largos.

Por supuesto que podemos seguir divirtiéndonos leyendo las últimas novedades sobre el transfuguismo del señor José María Gorroño o el aterrizaje en una lista electoral del prestigioso filósofo Daniel Innerarity. Pero siempre que tengamos presente que el mero hecho electoral no es suficiente para generar un cambio profundo. Se necesita combinar la participación institucional con una combativa lucha ideológica y una refrescante movilización popular para llevar adelante las ansias de ruptura con lo establecido que anidan en los corazones de muchos habitantes de este país. Fiarlo todo a lo institucional puede ser el principio del fin de la utopía libertaria que se fraguó a finales de los cincuenta y principios de los sesenta en la tierra de los vascones.

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