Existe una clase de manzana, urtebete, cuyo nombre euskaldun permaneció en el lenguaje de mis familias hasta la actualidad. Se trata de la manzana "de año", aunque a mí me gustaría más que fuese "el año de la manzana". Cumplir años, cuando se alcanza cierta edad, es un episodio tendente a lo vulgar. Los verdaderos cumpleaños, ya olvidados, se esconden en el reino de la infancia, el único verdaderamente existente. Es por ello que lo acontecido este domingo no pase de mera anécdota, al fin y al cabo uno se va acercando peligrosamente a los cincuenta.
La confusión reinante, que diría Pepe Bergamín, conduce a situaciones erráticas, como la de confundir libra con virgo. Nunca he dedicado dos minutos a cuestiones astrales, que tan bien dominaban los sacerdotes asirios, pero ante el interrogante de "siendo de septiembre serás virgo, ¿no?", respondo sin vacilación, "libra, soy libra por la gracia de dios, que para algo nací en otoño". Y mi interlocutora hace ademán de sorpresa, mueve la cabeza y termina por confirmar que sí, que el 24 de septiembre viene a ser libra. Descansado me quedo.
Como se queda uno descansado tras realizar una larga caminata y sentarse al lado del camino. Un paseo sin mayor intención que la de andar y ver y contemplar, como aquellos paseos de Robert Walser por las afueras de su manicomio. Dice un proverbio turco, o más bien kurdo, perdón por el equívoco,:"camino quiere el caminante". Es una verdad rotunda, algo así como pan quiere el hambriento. Pero lo cierto es que cuando se cumplen años se medita un poco, cada vez menos, sobre el paso del tiempo y el sentido de la vida. O más bien sobre el sinsentido de ésta.
La escritora turco-alemana Emine Sevgi Özdamar visita Arteleku para dar un cursillo de teatro, su trabajo fundamental en la Alemania en que vive. Su más famosa novela habla de las caravanas de la vida que atraviesan el desierto deshabitado en pos de la muerte. El título de la obra se hace eco de otro proverbio de la zona: "La vida es un caravasar, por una puerta se entra y por la otra se sale" o algo similar. Está bien esta parábola popular. Está mejor la novela de Emine, que invito a leer a aquel que lea esto y todavía la desconozca.
Zorionak te dicen a diestro y siniestro, en persona y por teléfono. Y tú, cándido y agradecido, respondes "eskerrik asko, muchísimas gracias, dios te lo pague". Y al siguiente segundo te preguntas ¿por qué? ¿será para que yo les felicite cuando les toque a ellos? Probablemente. El ser humano, en su pequeñez intrínseca, se alimenta de estas pequeñas cosas. Destellos del paraíso que perdimos hace tantos miles de años, justamente el día en que aprendimos a caminar sobre nuestras dos patas traseras. Zorionak denoi!
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