Las multitudinarias manifestaciones que se desarrollan todos los años en enero para defender los derechos de los presos políticos vascos son un fenómeno insólito en Europa. No se conoce nada igual en ningún país de nuestro entorno. Que decenas de miles de personas se echen a la calle, contra viento y marea, de forma pacífica y ordenada, para reclamar la repatriación de centenares de compatriotas presos, resultaría chocante en otro lugar del continente que no fuera Euskal Herria.
Ahora bien, hay quien intenta devaluar, también desde algunos medios, la movilización, envolviéndola en una imagen de rito anual que no tiene mayor mérito. Alguno tendrá cuando hasta los medios más en contra de la reivindicación se ven obligados a reflejarla, y eso que los principales partidos políticos no llaman a secundarla, pese a posicionamientos personales de algunos de sus dirigentes, muy dignos de destacarse.
Es cierto que a veces da la sensación de que ante la cerrazón de los estados, es imposible romper el cerco. Que no hay manera de acabar con la dispersión y el alejamiento de los presos, o de lograr que quienes se encuentran enfermos puedan regresar entre los suyos. La desesperanza es una sensación humana y respetable. Pero hay que pensar en que son las manifestaciones populares, del cariz que sean, las que enriquecen la democracia. Hay que considerar que la defensa de los derechos humanos de todas las personas, incluidas las que se encuentran presas, es un ejercicio que profundiza las libertades de todos.
Pese a las dificultades, que son muchas, llegará el día en que no serán necesarias estas manifestaciones de enero porque los tendremos en casa, pero ese mismo día habrá que convocar otras manifestaciones en defensa de los derechos de otros colectivos: de los desempleados, de los trabajadores precarizados, de los inmigrantes, de las mujeres muertas por hombres desalmados, de los menores que sufren abusos... La lista sería interminable.
No es este un tema para enredarnos en rifirrafes políticos partidistas. Quienes se hallan tras las rejas no se lo merecen. Tampoco que se los utilice por unos y por otros, aunque en ocasiones se haga de forma inconsciente. La solidaridad nace del pueblo para quienes, guste o no, son parte de ese pueblo.Y todos los procesos, incluido éste, tienen que llevar su recorrido para librar el nudo, que a veces se antoja harto complejo.
Nuestros mayores siempre nos han dicho y enseñado que hay que intentar desenredar el nudo utilizando la habilidad de nuestros dedos, tocando las teclas que nos ofrece la precaria democracia en la que nos encontramos. Sin embargo, a veces, como ya nos lo apunta la historia, los nudos tan solo se pueden soltar con un certero corte de la soga. Ahí lo dejo. ⧫
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