Probablemente el guion lo escribieron en las urnas los ciudadanos de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa el pasado 25 de septiembre, pero resulta tan plano, tan previsible, que dan ganas de apagar el televisor y ponerse a leer a Melville o a Sholojov. Moby Dick o El Don apacible pueden resultar lecturas muy provechosas cuando el debate de las rotondas encalla en el vaso de agua recién cambiado al señor Egibar.
El guionista podía haberse saltado el debate que ha conducido a la proclamación de Iñigo Urkullu como lehendakari. Todo el mundo sabía lo que iba a ocurrir -no estamos en la Trump Tower esa- y nos habríamos ahorrado un rato de nuestro valioso tiempo. Es verdad que la entrada en liza de una mujer de la televisión, como Maddalen Iriarte, aporta frescura y ritmo a la ceremonia, pero poco más. Ni siquiera las chicas y chicos de Elkarrekin Podemos se han atrevido a otorgar su voto a la candidata y darle algo de nervio al asunto.
En mi ensimismamiento político, que reconozco padecer, entiendo que las cosas que se dicen en el foro parlamentario y lo que se habla en tabernas y peluquerías poco o nada tienen que ver. Las preocupaciones de la gente que está sin empleo o con un empleo precario no son atendidas desde discursos socialdemócratas, un tanto a la derecha del Papa Francisco. Grandes esloganes, como el de la justicia social, que no se respiran en la calle, ni en las fábricas, ni en los túneles y cajeros donde pernoctan personas sin techo.
Es cierto que hay un amplio sector de población que vive bien, que viaja en avión o en crucero, que prepara con mimo su plan de Navidades y que gasta una pasta gansa en la estupidez esa del Black Friday, pero no se trata de la mayoría social, sino de una franja, lo amplia que se quiera dibujar, pero que no pasará del 30% del total de la ciudadanía.
La lógica del discurso, y del debate en sí, la marca el PNV de todas todas. El PSE-EE hace el Don Tancredo para obtener tres consejerías y alguna que otra prebenda añadida. El PP se ofrece, voluntarioso, para echar una mano -al cuello- al lehendakari, en caso de necesidad. Elkarrekin Podemos traslada un discurso social, pero todo dentro de la legalidad, sin romper un plato, y EH Bildu quiere ofrecer una imagen seria, alejada del tradicional pintoresquismo abertzale y se pasa de frenada, con un lenguaje comedido, sin enseñar los dientes en ningún momento.
Hasta hoy no me había percatado de que el Parlamento de Gasteiz -aquel mismo parlamento vascongadillo de que nos hablaba Tasio Erkizia- es una habitación sin vistas. Sin vistas al Besaide, sin vistas al Gorbea, sin vistas a los Pirineos y lo que es aún peor, sin vistas al mar de los navarros. La única vista del debate que nos acercaba a sus aguas era contemplar el retrato del recordado pediatra y revolucionario Santi Brouard: Zu zara itsaso zabala. Ahí precisamente se veía la única salida a la maldita rotonda en la que llevamos encallados tantos años.
Decía otra especie de pediatra de andar por casa, aunque menos revolucionario que el anterior, Telesforo Monzón, que los vascos seguíamos guiándonos por las campanadas del reloj de la madrileña Puerta del Sol. Mejor nos iría si empezáramos a mirar más hacia la mar que nos acaricia, la mar abierta del Golfo de Bizkaia, la verdadera libertad, itsasoa.
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