2016/07/16

Socialdemocracia

Últimamente se viene hablando en los medios con cierta asiduidad de socialdemocracia. Existen disputas para reivindicar un término político que se hunde en las raíces del socialismo del siglo XIX. Que si tú eres menos socialdemócrata que yo, que los verdaderos socialdemócratas somos nosotros, que si esto, que si lo otro. En realidad se trata de vanas discusiones de café, sin demasiado rigor. 

Willy Brandt, histórico lider socialdemócrata alemán.
El término socialdemócrata, que ha presidido el nombre de partidos tan diferentes como el ruso de Lenin o el SPD germano de Willy Brandt, está tan manido, ha sido adulterado de tal forma, que en estos momentos su recuperación en modo positivo y aglutinador de voluntades se antoja casi imposible. Desde la primera Internacional Obrera de Karl Marx y Mijail Bakunin, que acabó escindida entre socialistas y anarquistas, la historia del socialismo es la historia de la división, la disputa e incluso la confrontación entre las distintas concepciones establecidas a la hora de abordar ese cambio de paradigma político, económico y social que se ha dado en llamar, en términos amplios, socialismo. 

En la actualidad, incluso en el seno del Partido Popular, desde posiciones ultraliberales, se anatemiza a ciertos sectores internos del partido defensores de lo público, tachándoles de socialdemócratas. En el partido de Artur Mas hay un sector socialdemócrata y hasta en el PNV se reivindican así algunos militantes, dejando a un lado el anticuado legado democristiano, que huele a naftalina. Por supuesto que el PSOE es un nido de socialdemócratas de todos los pelajes y hasta Podemos, el nuevo partido emergente, se alista en las filas de la socialdemocracia, eso sí al estilo nórdico.

Al final, el término socialdemócrata sirve para todo, es una especie de comodín para disfrazar, en muchas ocasiones, posiciones innegablemente procapitalistas y defensoras del status quo. En la misma izquierda abertzale comienza a tomar carta de presentación en determinados sectores, más allá de la tímida reivindicación del concepto desde las filas de Eusko Alkartasuna. La socialdemocracia ya no es el ogro que todo izquierdista despreciaba, sino que parece guardar valores positivos en una Europa dirigida por el neoliberalismo puro y duro, incluso por parte de gobiernos pretendidamente socialistas, como el francés de Manuel Valls.

La primigenia socialdemocracia, un socialismo democrático y no violento, que aspiraba a transformar la sociedad mediante un largo proceso de acumulación de fuerzas en base a la convicción de la mayoría de la clase trabajadora y a su reflejo en las urnas, se ha convertido en una etiqueta que apenas ampara una defensa de la sanidad y la educación públicas, una política fiscal "progresista" y una mirada abierta en el terreno cultural. La aspiración transformadora se ha diluido definitivamente y las citas a Marx tan solo forman parte de su heroica prehistoria. 

En definitiva, y a día de hoy, no solo se ha derrumbado el sueño socialista de la II Internacional, acomodada en el capitalismo de mercado, sino que las fuerzas comunistas y socialistas revolucionarias realmente existentes en Europa son, en sentido estricto, socialdemócratas. Ninguna de ellas, salvo algunos pequeños partidos m-l sin incidencia política real, aspira al asalto al poder, a la conquista del Estado, sino que se han amoldado a una inercia electoral y de convencimiento social que tiene evidentes limitaciones. El eurocomunismo era una socialdemocracia y hasta el trotskismo lo es, porque si en la literatura de sus manifiestos y ponencias separamos el grano de la paja, los partidos que asumen esas ideologías no pretenden poner en marcha revolución alguna y su principal objetivo reside en incidir en el marco electoral y lograr representación parlamentaria. Los ejemplos de Podemos, el Bloco de Esquerda portugués o el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) francés son paradigmáticos al respecto. Al fin y al cabo la vía insurrecional y de masas, única variante a la estrategia socialdemócrata clásica, ha pasado a ser prácticamente indefendible en el contexto europeo.  

Eurocomunismo: Enrico Berlinger, Santiago Carrillo, George Marchais.
















El desaparecido Partido Comunista de Italia (PCI) de Enrico Berlinger fue en su día el mejor ejemplo de socialdemocracia y ahora mismo lo es el Siryza griego, pese a que se autodenomine de izquierda radical. Se trataría de una especie de socialdemocracia de izquierdas, con más punch que la socialdemocracia que defienden los partidos socialistas clásicos de la II Internacional, pero que en el fondo se mueve en idéntico campo de juego. Su aspiración principal pasa por limar lo aspectos más descarnados del capitalismo neoliberal, intentando un cierto reparto de la riqueza, pero sin enfadar demasiado a los poderosos.

No se trata de juzgar el comportamiento de nadie, sino de describir una situación general que afecta directamente a la política que se hace en Euskal Herria. Una situación en la que la realpolitik borra cada día más las diferencias entre las distintas ofertas políticas. Mientras quienes se alinean con el sistema intentan adoptar algunas medidas de aspecto social, quienes pretenden ser alternativa dulcifican sus reclamaciones en pos de una centralidad política que no aciertan a encontrar. 

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