¿Qué
se hizo el rey don Joan?
Los
infantes d'Aragón
¿qué
se hizieron?
Jorge Manrique
Escribir sobre la muerte resulta un ejercicio tan estimulante como melancólico. No es igual que se trate de la muerte de un ser cercano que de la de un personaje público, pero en el fondo sí que lo es, porque todos vamos a ser, tarde o temprano, presa de los gusanos. Se podrá honrar al difunto con funerales de Estado y ceremonias pomposas, a ser posible en catedrales y congresos, pero ese penúltimo capítulo de su trayectoria no evitará la natural corrupción de su cuerpo. De la del alma trataremos en otra ocasión.
Pensara el lector que voy a abordar en estos párrafos la vida y obra de presidentes y alcaldes recién fallecidos, pero no es esa mi intención. Podía dedicar algunas líneas a contar ciertos pasajes menos nobles de sus andanzas terrenales, pero estimo que no merece la pena. Ambos han muerto tras sufrir largas y crueles enfermedades. Todo hace pensar que no se lucraron personalmente ejerciendo sus responsabilidades. Ahí me quedo. No creo que sea este el momento de ajustar cuentas con ellos, sino de guardar un minuto de silencio y desearles que la tierra les sea leve.
Reúne la muerte muchas propiedades y una de las más extendidas es la de abrir paso a la exaltación fúnebre y la apología desmesurada del desaparecido. Pocas son las voces que se atreven a cuestionar, aunque solo fuera un aspecto parcial, de la trayectoria del finado. El elogio se agranda hasta el empalago y la crítica, por nimia que fuese, queda desterrada de los media: Todos los honores para el ilustre fallecido.
Probablemente, la carrera para componer la elegía más rimbombante responde al íntimo deseo del autor de que cuando le llegue su hora sus contemporáneos obren de igual modo, alabando sus virtudes y escondiendo sus defectos. Egoísmo en estado puro. Por tanto, quien no aspire a epitafios egregios, quedara liberado de entonar cantos laudatorios en la hora postrera del príncipe.
Con el cuerpo recién enterrado no es momento de ejercer funciones de historiador, apenas de gacetillero incontinente. Demosle tiempo al tiempo y, pasado un prudente periodo, emitase juicio ponderado.
Se me olvidaba un apunte final. Rendir honores al muerto no significa aprobar su vida y milagros. Es un acto de humanidad que merece hasta el peor enemigo. Entonar La Marsellesa no equivale a dar por buenos los crímenes cometidos bajo su compás. ¿Tanto esfuerzo requiere colocar la ikurriña a media asta?
Reiteradas muestras, esta última una más, de incompetencia e incapacidad. Si bién las candidaturas sufrieron la contaminación por ósmosis decretada por el sistema español, la multitud de asesores y liberados ha sido surtida desde presuntos profesionales versados y formados. La realidad esta demostrando que ni de lo uno ni de lo otro.Eso sí el amén por bandera y ¿qué quieren que le diga? prefiero no poner la tilde a ese vocablo.
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